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1749 Borgoña, Francia

—Caroline, hija, ven un momento. – grita su Madeline Lombrad.
—Ya voy madre. – la joven de apenas 12 años atendía a sus hermanitos en lo que su madre cocinaba.
Vivían en una pequeña choza en medio del bosque. Lejos de la civilización, el tiempo de la caza de brujas había mermado, más no acabado. Se alimentaban de lo que producía la tierra. Cuando había suerte Caroline llevaba algunas liebres o pescado para la cena. Es muy buena con el arco y la flecha. La jovencita llegó a la cocina para saber que su madre necesitaba.
—Mi niña, ve y caza algo para la cena, hoy celebraremos el cumpleaños de tu hermanito. – Caroline asiente—. Recuerda, nada de hechizos. -advierte la mujer de 40 años.
—Sí mamá, lo sé. – Caroline no entendía por qué no podía usar su poder para vivir mejor. Madeline sonríe y niega, ya su hija estaba entrando en la adolescencia, es la niña más hermosa que sus ojos hayan visto. Su cabello rojo como el fuego, su piel blanca como la porcelana y sus ojos tan azules como el mismo cielo en un hermoso día.
—No está demás un pequeño recordatorio. – la joven blanqueó sus ojos.
—Está bien, mamá— dice en tono cansado.
—Ten – le entrega una canasta de paja – y ten cuidado, si alguna persona vuelves o te escondes – la joven asiente.
    Caroline salió de la pequeña cabaña con una canasta, su arco y flechas. Ese día se le antojaba comer algo delicioso así que se adentro más al bosque para conseguir un venado o jabalí. El cumpleaños de Adolph era muy importante para ella, su hermano menor es como un hijo, desde pequeño siempre han sido muy unido. Caroline camino largo rato buscando a su presa. Llegó hasta un arroyo donde quitó su ropa y se sumergió para quitar la pesadez de haber caminado tanto.
Sin darse cuenta el tiempo pasó rápido, ya entraba la tarde. Se vistió a toda prisa para pescar algunos peces y volver. De camino a su casa escucho murmullos. Las pisadas fuertes la hicieron saber que venía una multitud, como pudo escondió su arco y flecha para luego subir a un árbol.  Maldijo por lo bajo que no pudiera usar sus poderes. Si se los habían dado era por algo.
Vio a la multitud caminar repartiéndose por todo el bosque,  cuando los vio alejarse siguió su camino a paso ligero, pero ya era demasiado tarde. Cuando llegó a hasta su casa la vio arder desde su lugar con la impotencia de no poder hacer nada, los gritos de ayuda que pedía su madre se mezclaban con los de la multitud.
—Esta fue la última, ya acabamos con todas.  – dice el hombre que decía plenarias al cielo. – Gloria al padre que nos permitió acabar con su especie.
—¡Gloria! – gritaban sus seguidores.

Caroline se sentó a llorar por largo rato, se sentía culpable de no haber llegado antes, de seguro algo hubiese hecho para salvar a su familia. Caminó por todo el bosque buscando un lugar donde pasar la noche. Encontró una cueva a mediados de camino y allí pasó su noche, desde ese entonces la jovencita se convirtió en nómada.

    Así pasaron los años hasta que la joven ya no era tan niña convirtiéndose en una hermosa mujer de veinte años. Ya cansada de ir de un lugar a otro se estableció en una cabaña en medio del bosque en una provincia llamada Auvernia en el centro de Francia. Con el paso del tiempo le comenzó a tener antipatía a las personas, echaba la culpa a todos por la muerte de su familia, una familia que no le hacía daño a nadie, solo vivían para ayudar.
   Su pequeña cabaña solo contaba con una habitación, una pequeña cocina y un pequeño sofá. Comía hortalizas y seguía su vida de la caza, con ella hacía negocios y así podía comprar víveres extras. Vivía muy lejos del pueblo así que solo iba una vez por mes.

    Ese día salió a cazar, su reservas de carnes estaban escaseando, debía prepararla para irla a vender al mercader. Como hacía siempre que iba a cazar, llegaba a un lago donde pasaba algunas horas nadando. Le encantaba bañarse. Gracias a las enseñanzas de su madre, había podido crear unas pastillas de jabón con olor a lavanda y menta. Lavaba su cabello y su piel para quedar olorosa, lavaba su ropa y mientras nadaba la ponía a secar. Odiaba los inviernos por que no podía bañarse como tanto le gustaba.
    Desde la lejanía escuchó  un ruido, pisadas, se alteró un poco y salió del agua para vestirse, más no alcanzó y ante su vista llegó un hermoso lobo marrón y blanco. Este se acerca a ella, pero Caroline no le temía a los animales, ella era del pensamiento que estos solo atacaban en defensa propia.
—Hola lobito. – se acerca totalmente desnuda hasta él, sin pudor alguno. El lobo solo lamió sus piernas. – Muy bien portado. – Caroline acaricia su melena. – ¿Te gustaría ser mi amigo? – El lobo vuelve a lamerla. – me alegro que quieras, yo vivo acá cerca. Si me dejas vestir vamos hasta mi cabaña y te doy para que comas. – el lobo se alejó un poco, Caroline se sorprendió al ver que el lobo comprendía lo que ella le decía. Ella comenzó a vestirse ante los ojos de ese majestuoso lobo de ojos azul claro.
El corazón de Ryan golpeaba fuerte, era la primera vez que se acercaba a ella y decidió hacerlo en su forma animal ya que nunca la veía acompañada de humanos, lleva más de un año viéndola bañarse en el lago. Soñaba a diario con ella, la quería para reinar con él a su gente. No le importaba que no fuera una loba. Ella tenía algo que lo llamaba demasiado. ¿Será ella su mate? Siempre se preguntó eso. Como saberlo si no se acercaba a olerla.
En ese momento, en que la vio tan cerca, sintió su suavidad, percibió su olor fue cuando supo que ella era su alma gemela, esa que amará para siempre. La luna de encargó de ponérsela de frente. Se dio cuenta que la amaba más que a su propia vida. Su cabello cubría sus rozados pezones. Se vio deseando poder tocarlos, pero no como lobo, si no, en su forma humana. Se descubrió jadeando de excitación mientras la veía cubriendo su desnudez. No quería que se vistiera, así que en modo de juego la lanzó al agua mojando su ropa. El entró junto a ella para prevenir algún accidente.
—Eres un lobo travieso – lo regañó – ahora tendré que caminar hasta mi cabaña así toda mojada, el lobo negaba mientras chillaba de tristeza. Una vez fuera Caroline exprime su ropa pegada a su cuerpo, pero Ryan es mucho más atrevido y muerde su falda para que se la quite. – ¿Qué quieres lobito? — Ryan vuelve a morder su falda.— ya entiendo si me la quito no enfermo. Muy bien pensado amiguito. Caroline recogió su cabello con una cuerda de nylon y quitó su ropa para comenzar a caminar. Por suerte estaban en pleno verano y no hacía frío.
—Listo lobito, ahora vamos, que no quiero que llegue nadie y me vea así. – señala su cuerpo desnudo. – Ryan jadea de excitación. Estaba demostrando toda su fuerza de voluntad en ese momento en el que solo le apetecía montarla, sea en su forma animal o humana, solo quería marcarla para siempre como su compañera. Caminaron por el bosque, hasta llegar a la cabaña de la joven mujer. Este lamió su pierna subiendo poco a poco quería llegar a esa parte prohibida que llevaba todo el camino deseando saborear su esencia.
—Lobito travieso eso no se hace – lo regaña.
El lobo se aleja un poco y la mira triste. Da media vuelta y se va. Ryan ya no resistía más. Se marchó a gran velocidad. Llegó hasta su casa, ya en su interior cambió a la forma humana viendo su miembro erecto.
—Duele – toma su miembro entre sus manos, debía subir y ponerse ropa antes que su madre lo vea desnudo y con una erección monumental. Entró hasta su alcoba y se tiró en su cama.
—Maldición, como duele. – comenzó a mover su mano en su miembro buscando bajar el dolor de haber aguantado por tanto tiempo su excitación. Cerró los ojos recordando el hermoso cuerpo de la pelirroja, sonrió al conocer dónde vive. La próxima vez se presentaría en forma de humano. – siguió su trabajo hasta correrse soñando que es ella quien lo ayuda.

La última hechicera Donde viven las historias. Descúbrelo ahora