9

606 31 2
                                    










         Las costillas me duelen de tanto reír.

Y las carcajadas continúan abandonando mi cuerpo.

Tristan sigue haciendo movimientos extraños con sus manos mientras Horton y yo estamos tirados en el césped del patio de la casa, riendo como idiotas.

A este punto de la noche, no tengo ni idea de qué hora es.

No tengo idea de dónde está Jake o la chica. Sé que no es muy tarde, porque llegamos temprano a la fiesta, y, porque a pesar de que ya tengo aquí poco más de tres horas, más estudiantes de Northwestern siguen llegando.

No estamos sólo nosotros tres. Hay dos chicos más del equipo— que lograron escapar de Jake y de la chica.

Están sentados en posición de indio cerca de mí y de Horton y nos observan con diversión.

Hay una botella vacía cerca de nosotros. Estábamos jugando verdad o reto cuando Tristan decidió convertirse en el bufón de la noche.

Me siento liviana gracias al alcohol que hay en mi sistema y creo que es también gracias a eso, que no puedo parar de reír.

Horton logra recomponerse en su lugar y se sienta de nuevo sobre el pasto.

Extiende una mano hacia mí para ayudarme a incorporarme, pero me es imposible dejar de reír mientras me hala hacia él.

—Nic — dice entre risas —, por dios Nic, respira.

Trato de seguir sus indicaciones, pero fallo cuando mi nariz me juega sucio y se me escapa un sonido como de puerco.

Los cuatro chicos a mi alrededor estallan en carcajadas, pero a mí se me ha borrado la sonrisa y la vergüenza toma fuerza en mi interior.

Tristan cae al suelo abrazándose a sí mismo por la fuerza con la que está riendo.

Se está riendo de mí.

Ellos se están riendo de mí.

De mi risa de puerco.

No sé si es el alcohol, pero de pronto no me estoy riendo, en lo absoluto. De pronto, quiero llorar.

Los chicos a mi alrededor no parecen notarlo porque siguen riendo.

La música dentro de la fiesta resuena hasta dónde estamos y decido concentrarme en eso hasta que los chicos dejen de reír, hasta que decidan que ha sido suficiente.

Eso es, hasta que mi móvil comienza a vibrar y a sonar con una llamada entrante.

La pantalla muestra el nombre de Jake.

—¿Sí? — inquiero cuando tomo la llamada.

Del otro lado de la línea se escucha el rumor de la música y el murmullo de las personas que están alrededor de Jake.

—Nicole — grita y parece que arrastra mi nombre, lo que me hace sospechar que también está bajo la influencia del alcohol. — ¡Nicole!

Alejo un poco el aparato de mi oído mutilado por los gritos de Jake.

—¿Qué? — contesto con exasperación.

—¿Dónde estás? — gritonea.

—¿Quién es? — inquiere Horton acercándose a mí, lo suficiente como para alcanzar a escuchar el ruido proveniente de mi móvil.

Frunzo un poco el ceño porque me parece extraña la manera en la que no parece importarle el concepto de espacio personal.

—En la fiesta, ¿dónde estás tú? — lanzó la pregunta, ignorando a Horton.

Hockeyclub ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora