Una mala noticia

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Pero la felicidad no siempre depende de uno mismo.
Lucía se durmió con la mejor de las sensaciones en el cuerpo. Si tenía alguna duda de que Juan le gustaba, esta se había diluído por completo. Sí, le gustaba y mucho. Además, tenía la sensación, aunque no se atrevería a admitirlo ante nadie, de que era correspondida.
Se despertó de lo más feliz, sintiéndose ligera, muy ligera, como si volara. Al bajar a la cocina saludó a sus abuelos de la forma más cariñosa, y ellos no cabían en sí de gozo.
Magda y Miguel sabían, mejor que nadie en el mundo, que su nieta pasaba por rachas difíciles donde las pesadillas se apoderaban de ella, asfixiándola, dejándola exhausta e inservible. El mal humor hacía acto de presencia y la revoloteaba como un torbellino, haciéndola contestar con desdén y desaire a sus más allegados, que aguantaban sin protestar mientras esperaban que llegara el día en que, como por arte de magia, todo volvía a la normalidad. Por eso valoraban tanto esos momentos de felicidad que la hacían brillar, y con ella todo a su alrededor.
—Bueno, bueno, me parece que alguien ha dormido muy bien —dijo el  abuelo.
Lo cierto es que dormir dormir, lo que se dice dormir bien, no lo hizo. Lucía no había pegado ojo con esa sensación en el estómago que, aunque placentera, la había tenido despierta toda la noche. Las supuestas mariposas. Pero le daba igual, ella solo quería ir a instituto, ver a sanjuan, como lo llamaban en secreto, y teletransportarse de nuevo a casa, a las seis de la tarde, para descubrir las imágenes que las fotos colgadas en el cuarto oscuro de la buhardilla habían  revelado.
—La verdad es que no tanto, no creas, pero no me siento cansada, la verdad —contestó Lucía mientras se llevaba un gajo  de mandarina a la boca. En casa siempre preparaban fruta cortada para acompañar el desayuno, y esa mañana la degustó como si fuera un manjar.
No tardó mucho en terminar el desayuno y marcharse al instituto.
—Que tengas un buen día, hija —dijo Magda tras despedirse.
—Y vosotros también. Os quiero..
El camino al instituto, una vez más, lo hizo con Lola y con Pablo.
No pudieron evitar hablar de la tarde anterior. Lola pinchaba a Pablo diciendo:
—Anda que no sabías cómo hacer para dejarlos solos. Te faltaba poner un cartel diciendo a Lucía le gusta Juan.
—Sí, claro.  Esa eras tú, que no sabías lo que hacer para que fueran ellos los que se  fueran al cuarto oscuro con Miguel. Casi me sacas el brazo para llevarme al sofá —se quejaba Pablo.
—Perdona, pero a mí no me gusta Juan —añadió Lucía con muy poca credibilidad.
Lola y Pablo se miraron con incredulidad. Casi tuvieron que aguantarse la risa.
—Una cosa  —volvió a decir— ¿No será  que sois vosotros los que queríais estar  solos? Porque no entiendo tanta insistencia, la verdad.
  De ese modo escurrió el bulto, algo le decía que, con esa insinuación, los pondría en evidencia, aunque lo hizo más por salvar su  propio pellejo que por molestarles.
Tras estas palabras, Lucía consiguió enmudecer a sus amigos, que se habían quedado algo pensativos. A ver si voy a tener razón y estos dos se gustan, pensó.
Ya en clase, mirando continuamente el reloj como quien quiere acelerar el tiempo, la puerta del aula se abrió mientras Ramiro, el profesor de matemáticas, daba su clase.
—¿Lucía Benítez?  —dijo la conserje del instituto leyendo un trozo de papel.
—Sí, soy yo —dijo Lucía sobresaltada.
Miró a Ramirobuscando una explicación.
«Qué raro», pensaron todos, y ella misma, pues una llamada en medio de la  clase sólo podía significar malas noticias.

Ramiro asintió mirando a la conserje para confirmar que efectivamente se trataba de Lucía.

— ¿Me puedes acompañar a Jefatura de Estudios, por favor?

Lucía recogió sus cosas temerosa de lo peor.

El camino hacia el despacho de  Jefatura de Estudios se le hizo eterno, pero si hacía un instante deseaba parar el tiempo, ahora sólo quería frenarlo. Y por fin llegó.

— Siéntate, por favor —dijo Antonia Moreno, la Jefa Estudios—.  Acaba de llamar tu abuela...

—¡¿Qué pasa?! —gritó Lucía horrorizada. No solo le temblaba la voz, un pequeño terremoto agitaba todo su cuerpo.

— Escucha..., no te preocupes, tu abuelo ha sufrido un infarto, pero se encuentra estable en el hospital. Tu abuela va a venir a recogerte enseguida. De hecho, está de camino.

En el instituto conocían bien la tragedia familiar de Lucía. El accidente de sus padres supuso un palo grande para la comunidad educativa, por la juventud de los fallecidos, por la gravedad, y por haber dejado huérfana a una niña pequeña.

— Todo va  ir bien,  cariño —dijo Antonia mientras se acercaba a ella para arroparla entre sus brazos.

Entretanto, llegó Magda. No se sabe cómo, pero consiguió abalanzarse hacia a su nieta desde el marco de la puerta ante la necesidad imperiosa de darle un abrazo. Ambas lo hicieron, entre sollozos. De  camino al hospital las palabras tranquilizadoras  de la abuela consiguieron calmarla, y lo que había comenzado siendo uno de los días más felices de su vida acabó en el segundo peor, en el hospital y con su abuelo enfermo.

Lucía y la cámara olvidada (Libro I Trilogía The Team). Borrador Donde viven las historias. Descúbrelo ahora