Una demoledora verdad

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Al cabo de unos días Magda comentó a Lucía que habían invitado a Alicia y a Mario a cenar. Era habitual que ambas familias disfrutaran de buenos momentos juntos, después de todo ninguno de ellos había nacido allí y, cuando no se tiene familia, no hay nada mejor que los amigos para no sentir desarraigo.

Alicia y Mario eran más que vecinos, eran compadres. Cuando Magda y Miguel se mudaron al vecindario lo hicieron un mes después que ellos, y siempre estuvieron agradecidos por la hospitalidad que les ofrecieron sus ahora amigos. La mayoría de los vecinos eran familias o matrimonios jóvenes que buscaban un lugar tranquilo y apacible para enraizarse o criar a sus hijos, y enseguida se formó una gran comunidad de gente joven y niños por todos lados. También los hubo que acabaron allí por otros motivos pues el entorno natural que les rodeaba, con el mar a cinco minutos en coche, atrajo a muchas parejas más bohemias o a vecinos con buen pasar que sólo pretendían vivir en un entorno rural pero no alejado de la ciudad.

El barrio constaba de espaciosas viviendas unifamiliares con jardín ideales para la crianza. Alicia y Mario vivían en el número 10 y Magda y Miguel en el número 12, por lo que el contacto se hizo cada vez más frecuente hasta llegar a ser inseparables. Al principio solían saludarse con énfasis, como para hacer ver que estaban interesados en conocerse. Paulatinamente pasaron del saludo a mantener conversaciones sobre lo que acontecía en el barrio o en el pueblo, primero en las verjas de afuera de sus jardines, más tarde invitándose a pasar a la casa del otro de manera informal. Hasta que Alicia y Mario les invitaron a cenar por primera vez con el pretexto de anunciar que iban a ser padres.

—¡No me digas! —respondió Magda a su amiga mientras se le abalanzaba para darle un abrazo—. Ya me extrañaba a mí que no probaras el vino.

Tan sólo unas semanas después Magda y Mario hicieron lo mismo con una comida. Un sábado a mediodía anunciaron a sus compadres que estaban embarazados. Quiso la casualidad que ambas parejas tan sólo tuvieran un hijo, además varón y de la misma edad, por lo que pareció más que natural que tanto Mario junior como Miguel hijo se criaran como primos o, más bien, como hermanos. Los dos amigos se hicieron inseparables. Fueron juntos a la guardería, a la misma clase del colegio y a lo largo de todo el instituto, hasta que sus caminos se separaron en la universidad, al menos en lo que a compartir aula se refiere.

En la época universitaria ambos abrieron su círculo de amigos a otras personas. Carrera diferente implicaba amigos diferentes y, en el caso de Miguel, ciudad diferente. Fue allí, en Madrid, donde estudió Bellas Artes y donde conoció a la madre de Lucía, que también era de otra ciudad. Se conocieron en una fiesta de amigos comunes y se engancharon el uno al otro desde el primer hola que se dieron. Madrid fue testigo de su enamoramiento, de las visitas de Mario para conocer a la novia de su amigo, a su cuñada. Madrid les vio sonreír, llorar, pasarlo bien. También fue testigo de sus primeras resacas, de comer patatas y arroz durante medio mes porque se habían gastado la asignación mensual de sus padres. Y fue allí, en Madrid, donde Miguel decidió dedicarse a la fotografía y dejar a un lado su otro don, la pintura, motivo por el que estudió Bellas Artes, pero de la que nunca se vio capaz de vivir a pesar de los ánimo de su insistente novia.

—No deberías abandonar tu sueño —le decía con cierta decepción.

Pero los mejores momentos, los que más atesoraron siempre, estaban en casa, y siempre volvían. Una vez al mes, o como mucho cada dos meses, Mario y Miguel volvían a su refugio, a veces por separado o sincronizándose para verse allí, donde no tenían más pretensión que ir al bar de la esquina a tomar unas cervezas y contarse todas las buenas nuevas. Hablaban durante horas. Esas reuniones fueron testigo del primer y único gran desamor de Mario. Fue costoso para Miguel hacerle ver que una relación tóxica como la que sostenía con su novia no podía alargarse en el tiempo

Lucía y la cámara olvidada (Libro I Trilogía The Team). Borrador Donde viven las historias. Descúbrelo ahora