Un día de lluvia

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Tras salir del hospital, ya más calmadas, Lucía y su abuela regresaron a casa. Fue un camino de vuelta silencioso, aunque relajado, de  esos que sabes que estás con la persona correcta, que hay confianza y que no hay necesidad de forzar las palabras.

Lucía no podía permitirse otro revés. Mejor dicho, quizás sí que era capaz, pues  superar el dolor  producido por la muerte  de unos padres no es comparable con nada, pero su corazón parecía de repente frágil y pequeño y se había reducido a su mínima expresión.

Ya en el umbral de la puerta, mientras Magda giraba la llave de la entrada a casa, esta anunció a su nieta cómo se resolverían los próximos días.

—Esta noche tengo  que volver al hospital para cuidar del abuelo, así que tendrás que pasar la noche con Mario y Alicia, ¿te parece bien? —Lo hizo de manera autómata, como sin fuerzas, concentrándose en en el simple acto de abrir la puerta y en no sonar demasiado preocupada.

Lucía permaneció en silencio, pero asintió en señal de conformidad.

Tras tomarse unos reconfortantes tés, Lucía decidió subir a su cuarto, necesitaba soledad.

—Me  subo un rato a mi cuarto, abuela. Llámame si necesitas algo.

—No te preocupes por mí, descansa —dijo tras dar un beso a su nieta—. Y recuerda que todo va  a  salir bien.

«Qué irónica es la vida». Su cabeza volvía una y otra vez a este pensamiento. «La alegría de ayer parecía infinita, y ahora me siento más triste que nunca».

Pero del mismo modo que las horas de  mayor felicidad que ella recordara se convirtieron en las más grises, el arco iris volvió a hacer acto de presencia.
«Cómo estás?». Creyó leer Lucía en una  ventana emergente de su móvil. Venía de un número no agendado. «Pablo y Lola me han contado. Lo siento mucho».

Era Juan.

Una tímida sonrisa volvió a aparecer en su cara. ¿Cómo era posible que se hubiera tomado la molestia  de preocuparse? «¿Será una broma?», pensó.  Pero  algo le decía que se podía fiar de él, y decidió seguir ese  instinto.

Justo en ese momento, cuando disfrutaba del buen sabor que le produjo el mensaje de Juan, una lluvia torrencial de esas que producen escalofríos  la sacó de su ensimismamiento. Decidió responder a Juan una vez hubo cerrado las ventanas, pues  el agua había calado el suelo de su  habitación, y mientras  lo hacía, el recuerdo de su abuelo postrado en la cama la sumió en la más profunda  tristeza de nuevo, así que no pudo más que salir volando de su habitación para meterse entre los reconfortantes abrazos de su abuela.

—¿Se va a morir?

La abuela tardó unos segundos en responder. Tragó saliva y apretó los ojos para que no le saliera ninguna lágrima.

—Por supuesto que no.  De eso ni hablar —mintió. No tenía ninguna certeza.

Abuela y nieta se fundieron en un abrazo interminable, de esos que parecen confundir a las personas con monolitos de roca en medio de la naturaleza, en este caso una naturaleza gris y lluviosa.

— ¿Hacemos un puzle? —preguntó Magda. Esa era su manera de volver a la realidad e intentar distraer a su  nieta.

— Sí.

Y así permanecieron las dos durante unas horas,  en silencio, distraídas, lanzándose miradas  cariñosas la una a la otra de vez en cuando y disfrutando, si es que se podía decir disfrutar, de ese momento que las mantenía conectadas como si fueran una.

Hacia las ocho de la tarde Magda acompañó a Lucía a casa de Mario y Alicia. Dentro de lo malo, a Lucía le apetecía mucho ese plan, aunque fuera improvisado y provocado por el infarto de su abuelo. 

Lucía y la cámara olvidada (Libro I Trilogía The Team). Borrador Donde viven las historias. Descúbrelo ahora