El parque

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Una vez se fueron todos, Lucía se  quedó sentada en el pequeño pero confortable y roído sofá que dominaba la buhardilla. Estaba sola, en silencio, necesitaba meditar. No sabía por qué pero en su interior esperaba encontrar algo más que dos fotos de mala calidad, y su decepción la mantuvo angustiada durante un buen rato. «¡Qué fiasco!»

Sí, algo le  decía que  debía resolver sus dudas. ¿Pero sobre qué? ¿Por qué tomarse el proyecto tan a pecho? ¿Por qué su sexto sentido la empujaba a seguir buscando? 

Miraba a su alrededor en busca de respuestas  y sólo veía recuerdos familiares. Fotos antiguas,  biombos y paipáis asiáticos,  retratos, alfombras apiladas, timbales cubanos... Todos ellos preciados recuerdos de Magda y Miguel, dos personas de mundo que se lo habían pasado muy bien recorriéndolo y cuyas  anécdotas de viajes podían alegrarle la velada a cualquiera.

La angustia se agudizó y Lucía sintió un deseo imperioso de llorar. Su  instinto le gritaba en silencio que buscara, que siguiera buscando. Tras un rato harta de no conseguir nada, se levantó del sofá, se rindió. Decidió que ir a cenar la distraería un poco y la sacaría de ese pensamiento recurrente. Pero justo cuando iba a abandonar la habitación se  percató de un viejo canasto de mimbre escondido entre dos viejas butacas que esperaban ser restauradas. Casi dio  un brinco cuando dentro de él descubrió otra de las cámaras del abuelo que pasaba desapercibida por la gruesa capa de polvo que la envolvía. Este descubrimiento la devolvió a sí.  «Seguro que aquí hay pistas». O eso pensaba.

Durante la cena,  Lucía contó a Magda y a Miguel que en los negativos revelados hacía unos días sólo habían encontrado una foto y media.

—Las restantes estaban todas veladas,  no se veía nada —prosiguió.

—Claro. Los negativos se deterioran con el tiempo. A veces yo mismo los estropeaba por las prisas. No puedes abrir una cámara a plena luz para cambiar los negativos cuando éstos tienen que reponerse, se velan y todos tus esfuerzos habrán sido en vano. Esta es la lección número uno de revelado de fotos. ¡Cuántas fotos habré echado a perder en mi vida por error, por prisa o por cualquier otro motivo. Es normal que a veces ocurra algo así. Lo que me extraña es que haya pasado en uno de esos carretes, pues nunca los toqué, nunca en todos estos años.

Las palabras de Miguel fueron pronunciadas con mucho esfuerzo,  esfuerzo  que Magda y Lucía valoraron. 

—Venga, cariño. Sigue comiendo —dijo  Magda a su marido mientras le acariciaba la mano afectuosamente.

—Abuelo, ¿crees que me podrías ayudar mañana a revelar otro carrete? No estoy segura de poder hacerlo yo sola.

—Quizás  mejor dentro de  unos días, ¿no, Miguel? —Contestó Magda en su lugar.

—No hay problema, claro que sí, hija. ¡Estás hablando con un experto en la materia! —contestó a Magda mientras miraba a su nieta con complicidad.

Al día siguiente Lucía llegó al banco de encuentro  con sus amigos antes de lo habitual y no pudo  creer lo que vieron sus ojos. Lola y Pablo se estaban dando un beso. «Ahora lo entiendo todo».

Su cara de sorpresa hizo que se le viera desde muy lejos, así  que, en cuanto caminó unos pasos hacia ellos, Lola se dio cuenta de  que su secreto mejor guardado ya no era tal secreto, y desde luego de nada servía seguir guardándolo. Se  puso  colorada,  tanto que Lucía pudo  ver sus mofletes encendidos desde  donde estaba. 

En el fondo se alegraba, porque los quería a los dos, y uno siempre se alegra por los seres queridos. Pero también se enfadó un poco.  «¿Por qué no me lo han dicho?»

Una vez llegó al banco, y mientras Pablo se quitaba las babas con la mano, Lola no pudo más que decir:

—No es lo que parece.

Lucía y la cámara olvidada (Libro I Trilogía The Team). Borrador Donde viven las historias. Descúbrelo ahora