La montaña rusa

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Lucía  se quedó estupefacta. 

«O sea, sí que hay algo aquí».

Ya no había duda. Tenía que seguir investigando, pero no sabía si quería o —si acaso— debía hacerlo. La aclaración de su abuelo la había dejado helada, a medio camino entre  la esperanza y la desazón; sin ser capaz de discernir entre si quería o no quería saber más al respecto.

— ¿Qué? ¿Me estás diciendo que el hijo de Mario y Alicia vivía en Londres? Entonces esto lo cambia todo, ¿no? ¿No estábamos solos en el coche?

Con la calma que le caracterizaba, Miguel asintió aunque con muestras de extrañeza en su cara, y de la manera más parsimoniosa contestó a su nieta.

— Bueno, sí, aunque lo que no me cuadra es que Mario hijo se marchó a Londres después del accidente, no antes  —y rascándose la cabeza añadió —la verdad es que dudo mucho porque durante esos días nosotros nos encontrábamos de viaje. Yo creo que él no estaba el día en que murieron, pero también es cierto que no tengo certeza de muchas de las cosas que ocurrieron esos días. No entiendo lo del periódico en el coche, aunque quizás no sea un periódico británico, como vosotras pensáis.

— Sí, claramente lo es. Mucho más grande que los de aquí —dijo  con contundencia.

— ¿Me lo puedes enseñar?

Lucía subió corriendo las escaleras a la buhardilla como si al final del tramo le esperara el premio más cuantioso o como si sus pies trataran de escapar de una brasas, y  en un abrir y cerrar de ojos ya estaba de vuelta en el salón con el brazo extendido y la fotocopia de la foto en su mano. Para Lucía no había duda, era la fecha del accidente, en formato británico, en un periódico que claramente no era español. Bastaron unos segundos para que Miguel se convenciera por sí mismo.

— Bueno, entonces, hija, sigamos investigando —exhaló mientras se acariciaba la nariz con el índice y el pulgar.

Magda permaneció en silencio, ausente, sin querer remover más el fango, sin querer intervenir por miedo a crear falsas acusaciones, falsas interpretaciones o falsas esperanzas. Prefería pensar que su hijo y su nuera murieron por un hecho accidental e involuntario, por una salida de la carretera en una curva donde el coche  se descontroló y donde ellos perdieron la vida por no llevar atados los cinturones de seguridad. Ya está. Le costó mucho aceptar la realidad, y no iba a permitir que los pilares que sostuvieron su paz interior fruto de un esfuerzo que le llevó años, se desmoronaran de la noche a la mañana.

— Mira, abuela —Lucía ofreció de nuevo la fotocopia a su abuela, quien la miró con la mayor desgana  que fue capaz. —¿Tú qué piensas?

— Yo..., yo no sé ni qué pensar. 

Y sus últimas palabras se desvanecieron en un susurro, y este en un sollozo que intentó disimular ahogándolo con su propia mano.

— Perdonad pero no puedo. 

Y abandonó la habitación.

Minutos más tarde, cuando Lucía y Miguel se encontraban en la buhardilla preparando todo para revelar los siguientes carretes, Magda apareció de nuevo de la manera más sigilosa. tan sólo un leve carraspeo anunció su presencia.

— Mario estaba con ellos.

— ¿Qué? —contestaron Lucía y Miguel al unísono. 

Magda parecía saber más a juzgar por el silencio eterno que siguió después. Parecía no querer recordar ni hacerle recordar a Miguel un dato esencial que podría dar alas a la investigación, y no estaba segura de querer hacerlo. De los dos, sin duda Magda sobrellevó el trágico  con más entereza y fortaleza, y no estaba dispuesta a alterar la ya endeble salud de su marido con un sobresalto tan importante.

Lucía y la cámara olvidada (Libro I Trilogía The Team). Borrador Donde viven las historias. Descúbrelo ahora