Golden slumbers

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La mañana después de la cena mandó un mensaje a the team: «Quedamos esta tarde en la buhardilla. Ya tenemos todo.»

No sabía por qué, pero se sentía optimista, llena de energía. La mañana había amanecido soleada, con la típica luz de invierno a punto de convertirse en primavera, y eso le hizo sentir muy bien. Subió la persiana, abrió las cortinas y dejó que la luz del sol le tocara la cara que expuso durante unos segundos, con los ojos cerrados, para absorber toda su energía. La iba a necesitar.

No le guardaba rencor a Alicia, más bien la compadecía, y lejos de sentirse con ánimo de enemistarse o enfrentarse ella, decidió pasar por su casa antes de salir al instituto, así podría hablar con ella y disculparse por cómo la había hecho sentir. Lo tenía más que claro, «Alicia no se merece este castigo, ella no ha hecho nada.»

—Esta tarde vendrán todos a la buhardilla —la buhardilla se había convertido en un punto de encuentro en sí mismo—, exponemos el proyecto la semana que viene —anunció a su abuela.

—Perfecto, ¿quieres que deje algo preparado por si queréis picotear algo?

—Vale, bueno. Pero solo si puedes, si no no pasa nada.

Al llegar al punto de encuentro habitual, en el banco de siempre, donde también había empezado a ir Juan a pesar de desviarse de su camino, les recordó lo dicho en el mensaje: «Esta tarde en mi casa, ¿vale?»

—Buenos días antes de nada, ¿no? —se quejó Lola.

—Bueno, sí. Buenos días —dijo avergonzada, y se le colorearon las mejillas.

Los demás estaban demasiado adormecidos como para contestar. Y emprendieron el camino hacia el instituto todos juntos en una mañana donde las chicas se mostraron más habladoras que los chicos.

Una vez en el instituto se distribuyeron en sus respectivas aulas: Lucía, Ally y Pablo en latín. Lola en dibujo artístico, Juan en matemáticas.

—Hasta luego —dijo Lucía a Juan tras propinarle un beso.

—Nos vemos luego —se despidió mientras la veía entrar en clase.

Por la tarde fueron dejándose caer por la buhardilla poco a poco. El primero en hacerlo fue Pablo. Aprovecharon para charlar un poco acerca de la ruptura. Hacía mucho tiempo que Lucía y él no se contaban intimidades a solas, y lo añoraba verdaderamente. Lola era tan amiga como él y también podía contarle confidencias, preocupaciones o mandarla a paseo si hiciera falta, pero había algo especial en su relación con Pablo. Quizás era porque se conocían desde la misma guardería —a Lola la conoció en el colegio, tan solo un par de años después—, o quizás era esa especie de simbiosis casi fraternal que existía entre ellos, donde tan solo una mirada bastaba para comunicarse. La fidelidad que mantenía con Lola era también compartida con Pablo, pero un nosequé inexplicable haría que si la pusieran contra la espada y la pared, ante ciertas situaciones, lo elegiría a él.

Enseguida llegaron el resto, aunque ambos amigos tuvieron tiempo suficiente para hablar y sobre todo para asegurarse de que todo estaba en orden para ambos. Juan lideró el segundo turno. Después lo harían Lola y Ally, que se encontraron a mitad de camino.

—Bueno, ya que estamos todos, apretemos el acelerador para acabar con esto ya. Pero primero voy a traer unas cosas que ha preparado mi abuela, ¿vale?

—Vale.

—Vale.

—De acuerdo.

—Baja tranquila.

Una vez arriba, con todas las riquezas preparadas por Magda, se sentaron alrededor de una improvisada mesa ideada tras arrastrar un viejo baúl y colocarlo delante del sofá. Sobre él, para que las astillas no lastimaran a nadie, colocó un pañuelo de la abuela a modo de mantel. El resultado final quedó muy práctico y bastante acogedor y elegante.

Lucía y la cámara olvidada (Libro I Trilogía The Team). Borrador Donde viven las historias. Descúbrelo ahora