Regreso al pasado

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El fin de semana llegó y Lucía decidió que llamaría a Juan para ir al cine. Distraerse le vendría bien y, además, se lo debían.

Esta sería su primera cita a solas, y los nervios estaban a flor de piel. Encontrarse con Juan fuera del amparo de the team le producía vértigo y malestar corporal, y a punto estuvo de suspender la cita debido al estrés. Pero no podía hacerse eso a sí misma, debía ser capaz de salir de su zona de confort y, finalmente, decidió seguir con el plan.

«Madre mía, no sé qué ponerme», pensaba una y otra vez al tiempo que crecía la montaña de ropa que desechaba sobre su cama. Después de un buen rato de indecisión, optó por no arriesgarse. Inconscientemente siguió los elegantes dictámenes de Magda, que siempre decía aquello de menos es más, y después de haber dejado su armario prácticamente vacío eligió probablemente la opción más sencilla de entre todas las posibles: unos vaqueros que realzaban su figura con una camiseta blanca de rayas azules que le sentaba de maravilla y que resaltaba el claro de sus ojos aún más. Sobre sus mejillas utilizó un tono rojizo casi imperceptible pero que resaltaba su belleza natural y en sus labios un brillo que resaltaba su boca de fresa, no le hacía falta nada más para verse la mar de bien.

Al bajar las escaleras hacia la cocina, donde se encontraban sus abuelos, sintió mucha vergüenza al sentirse observada, y con todo el disimulo de que fue capaz, fue directamente al frigorífico para servirse un vaso de agua que le calmara los nervios y la sequedad provocada por ellos. Pero fue inútil pasar desapercibida, y pronto llegaron los comentarios.

—Pero qué belleza. Déjame que te vea —dijo Magda a su nieta rodeando la cara con sus manos.—¿No crees, Miguel?

Miguel asintió mientras le lanzaba una sonrisa de orgullo a su nieta. Lucía, a su vez, sonrió en respuesta a sus abuelos, pero quitándole importancia. «Claro, qué van a decir, si son mis abuelos». Aún así, sabía que lo decían con sinceridad, y ella, por qué no admitirlo, se veía bien.

—Bueno, me voy ya, ¿vale? —dijo mientras propinaba sendos besos a sus abuelos como un robot, no porque no los sintiera, sino porque su cabeza estaba en otro lugar y todos sus esfuerzos estaban dedicados a controlar sus nervios, que cada vez eran mayores.

—Tranquila, hija. Diviértete. —Magda le acarició la mejilla intentando transmitir tranquilidad a su nieta. No dudaba del sentido de la responsabilidad de su nieta, pero no quería que este no la dejara disfrutar como era debido a su edad.

A las seis y cinco —algo retrasada— llegó a la puerta de los Cines Acuario, llamados así en honor al antiguo acuario de la ciudad, ya extinto, que se encontraba en ese mismo lugar hacía ya unas décadas. Para toda la ciudad quedar en el Acuario, en pleno casco antiguo, era un punto de referencia que no tenía pérdida, pues todos lo conocía y disponía de unas aceras tan espaciosas que todo el mundo se podía econtrar sin tener que esquivar a un tumulto de gente.

La película empezaba a y media, pero preferían no llegar con prisas, comprarse algo para beber, unas palomitas si acaso, y acomodarse en el mejor asiento. Pero Juan no estaba en el lugar acordado, o al menos Lucía no lo pudo ver, cosa rara ya que no había mucha gente.

Lucía no pudo evitar ponerse más nerviosa todavía. «Madre mía, ¿y si se ha echado atrás? ¿Y si no viene?» Dio una vuelta a su alrededor para cerciorarse de que estaba en lo cierto, y no vio a nadie. Bueno sí, a una compañera de clase que iba a ver la misma película que ellos, Los juegos del hambre, la primera de la exitosa saga distópica del mismo nombre, muy popular entre el público adolescente.

—Hola, Lucía. ¿Qué tal? —dijo María a su compañera mientras se daba dos besos.

—Bien, estoy esperando para entrar a ver Los juegos del hambre. ¿Y tú?

Lucía y la cámara olvidada (Libro I Trilogía The Team). Borrador Donde viven las historias. Descúbrelo ahora