Fusión nuclear

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Varios días más tarde, a mediados de semana, se dieron cita en la buhardilla para terminar el proyecto y con él la investigación familiar de Lucía. El primero en llegar fue Juan, arrastrando aún los nervios que a duras penas podía controlar desde el día del cine. Estar junto a Lucía le alteraba. Eran nervios buenos, pero nervios al fin y al cabo. Se saludaron con un beso en la boca, rutinario, como el que se dan las parejas, como los novios que ya consideraban que eran, y subieron las escaleras hacia la buhardilla cogidos de la mano, Lucía guiándole con paso sereno y Juan observándola varios escalones por debajo de ella.

Unos minutos más tarde llegó Ally con su jovialidad acostumbrada y con merienda para todos. Era típico de ella dar esas sorpresas de vez en cuando, quizás por su eterna voluntad de encajar y de ser aceptada en el grupo, dondequiera que estuviera ese grupo.

—He pasado por De Pedro, la confitería de aquí al lado, y he comprado estos dulces, unos bollos de leche. ¿Os gustan? Perdón, quizás os tendría que haber preguntado antes.

Antes de contestar Lucía ya se estaba relamiendo los labios.

—¡Me encantan! Sus dulces son mis favoritos, gracias. Me encanta todo lo que hacen —agradeció Lucía a su amiga, y tomó la iniciativa de abrir el paquete con cierta ansia por probar esos dulces que la retrotraían a su infancia, cuando sus padres se los compraban al salir del colegio o en ocasiones especiales—. ¿Los conoces, Juan?

—No, la verdad es que no. No suelo venir por aquí mucho. Bueno, ahora sí —se ruborizó y agachó la cabeza para disimular.

—Tienes que probarlos, en serio —añadió Ally mientras sacaba uno del envoltorio—. Oh my god —dijo poniendo los ojos en blanco mientras masticaba.

—¿Alguien sabe algo de Pablo y Lola? —preguntó Lucía mientras se entretenía saboreando y chupándose los dedos.

Tanto Juan como Ally se encogieron de hombros, era habitual que llegaran tarde. Desde que eran pareja se comportaban como los típicos tórtolos enamorados y olvidadizos a los que todo les deba igual. El grupo se había acostumbrado ya a ello, así que no le daban demasiada importancia. Decidieron seguir merendando para hacer tiempo. «Casi mejor que lleguen tarde», pensó Lucía, «así disfruto de los bollos». Los tres amigos intercalaban agradable charla con cada bocado. Hablaron de cotilleos de instituto, de banalidades y, como no, del proyecto, concretamente sobre cómo llevaba Lucía los últimos descubrimientos. Entre pitos y flautas no dejaron ni una migaja y, de repente, cuando más absortos estaban en la conversación, sonó el timbre. 

Eran Lola y Pablo. A juzgar por sus caras parecían haber visto a un muerto.

—¿Qué pasa? —preguntó Lucía mientras aún sostenía la puerta de entrada—. Anda, pasad.

Los dos estaban algo cabizbajos.

—Nada, nada, no te preocupes —contestó Lola resolutivamente sin darle importancia a la cara de pocos amigos que portaba.

Pablo abrió la cara como con ganas de decir algo, pero se contuvo de decir nada sobre todo después de que Lola le hiciera un señal casi codificada con la mano. Tras estos segundos de incertidumbre por parte de Lucía, de mansedumbre por parte de Pablo y de mirada esquiva por parte de Lola, los tres subieron las escaleras.

—Hola, ¿qué tal? —preguntaron  Juan  y Ally al unísono.

—Bien —contestó Lola mientras dejaba la chaqueta  sobre una silla.

—Bien, repitió Pablo.

«Para qué decir otras cosa», pensó.

— Anda, bollos de De Pedro, veo que habéis dejado para los demás —esbozó Lola con sarcasmo.

Lucía y la cámara olvidada (Libro I Trilogía The Team). Borrador Donde viven las historias. Descúbrelo ahora