Capítulo 11 - Tensión

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Marzo de 2023, Spielberg, Austria

Lexie's POV

Sus labios. Esos putos labios eran una tortura, y lo eran porque no podía besarlos. No podía lamer su labio inferior que me recordaba lo mucho que me gustaba. Los labios del español siempre habían sido mi mayor perdición, tenían algo hipnótico, adictivo, algo que te abducía y te llamaba para morderlos.

A cualquiera le parecería estúpido que acariciara su boca cuando tenía toda la anatomía para acariciar, para redescubrir, pero es que los anhelaba tanto...

Una voz en mi cabeza me frenaba, me decía que parara, que alejara la maldita mano y me fuese de ahí, que no cayese otra vez en él. Pierre esperaba por mí y eso debería de frenarme, no debería de estar planteándome nada más, nosotros funcionábamos bien y me daba todo lo que necesitaba, ¿verdad?

Sí, me lo daba, acababa de pasar una noche preciosa junto al francés, lo tenía todo con él, había chispa, había comodidad y había cariño. Había calma.

Ese era el problema, no había caos.

No había nervios, no había cosquillas en el estómago, no había pequeñas taquicardias, no me prendía con tan solo mirarme, no lo necesitaba conmigo, no pensaba todo el puto rato en él. Pensaba todo el puto rato en el hombre que tenía bajo mío, mirándome con esos grandes ojos expectante a mi siguiente movimiento.

Carlos se cansó de esperar y se dio la vuelta en la cama, quedando ambos cara a cara, nuestras caderas completamente unidas, prendiendo mi cuerpo como sólo él sabía hacer.

Sus grandes ojos cafés me observaban, había súplica en su mirada, una súplica que no sabía muy bien cómo interpretarla. No podía apartar mi mirada de la suya, nuestros ojos conectando con los ajenos, sintiendo la forma en la que mi corazón comenzó a latir con fuerza, podía incluso escucharlo.

Bajé a sus labios de nuevo, me invitaban a pecar, gritaban por mi atención y yo sólo podía intentar alargarlo un poco más para resistir, para evitar caer de nuevo en el desastre que implicaba el español. Si había salido mal una vez podría salir mal todas las demás.

Fugaces pensamientos cruzaron por mi mente. Recuerdos de las primeras noches sin él, lágrimas rodando por mis mejillas al verlo con Isabel, repitiéndome mil veces que ya no era yo, que la rubia de sus ojos había pasado a ser otra, que nada de lo nuestro mereció la pena. Pero nada de eso importaba ahora.

Lo único que importaba era el tacto que sentía con el piloto, sus dedos comenzaron a acariciar con lentitud mi costado, erizándome la piel con esa facilidad con la que él lo hacía. Me conocía, lo hacía tan bien que sabía dónde tocarme, sabía dónde tocarme para hacerme estremecer, para hacerme gemir. Y eso era tentador.

La necesidad de sentirlo después de siete años me volvía loca, provocaba que toda la razón fuese dejada de lado. Sólo necesitaba volver a probarlo.

Con esos pensamientos incliné mi cuerpo sobre él, acortando con facilidad la distancia que nos separaba, sentía su aliento en mis labios, un pequeño movimiento más y nuestros cuerpos se fundirían de nuevo en busca de un reencuentro.

Su mano se posicionó sobre mi cuello y acercó mi cabeza por completo a la suya cuando de repente el sonido de la puerta cortó todo.

Nos separamos cómo si la piel contraria quemase, ardiese, cómo si nunca hubiese sido unida, cuando la realidad es que nuestros cuerpos gritaban por acercarse y volverse a ver, se echaban de menos tanto como nuestras mentes lo hacían.

Era Caco el que había decidido que entrar en su habitación sin avisar había sido el mejor plan que se le hubiese ocurrido nunca. Supongo que el destino quiso avisarme, advertirme de que no volviese a ese pozo de ojos marrones más, que renunciara al caos por completo y me fuera a los brazos de la calma de una maldita vez. Tuve que haberle hecho caso.

Marea Baja || Carlos SainzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora