— ¿Qué mierda? —soltó Chuuya a mi lado— ¿Cómo es que trajeron eso?
Estábamos en las sombras, procurando observar de lejos el daño que estaban haciendo esas criatruras que querían entrar en el campamento.
Las bombas hicieron que la muralla en la entrada se quebrara completamente y, además, que la barrera se hiciera visible —por ende, está débil—; parecía un vidrio roto.
Habían, aunque sea, quince Arpías que volaban y rasguñaban el límite altísimo que tiene la barrera —que es más como una burbuja, en realidad—, también vi a más de quince Ipotanes con gruesos troncos en sus manos como armas —son como los centauros, pero tienen la cabeza y cuerpo de caballo, sin embargo, se levantan como personas— y, además, habían Lamias —demonios con cuerpo y cara de mujer, pero cola de serpiente, en vez de piernas—, de estas habían solo cinco, pero no se veían para nada amigables.
Golpeaban una y otra y otra vez, con sus extremidades o con las "armas" que traían.
— La barrera no aguantará mucho tiempo...
— Hay que volver, Dazai. —me miró a los ojos, preocupado por lo que sucederá— ¿Estás cansado?
— Estaré bien, no te preocupes.
No muy convencido, asintió, y nos devolví al comedor, mas, no salimos enseguida.
Desde abajo, vimos como Dionisio había creado una especie de repisa dónde habían espadas, arcos y lanzas.
— No puedo interferir directamente —se quejó—, pero puedo hacerles esto.
— Muchas gracias, Señor D —le sonrió Atsushi, tomando un arma.
— Si quedan muy mal heridos, se vienen para acá. La enfermería ya no debe de estar en condiciones —suspiró, frotándose la frente.
De un salto, salimos de las sombras, apareciendo, de la nada, enfrente de todos.
— ¡¿Qué mierda?! —ese fue Albatross.
— Genial... —murmuró Akutagawa.
— ¿Qué vieron allá? —ahora fue Paul quien habló.
— Arpías —respondí enseguida.
— Eso es lo de menos —me cortó Chu—. Hay Ipotanes y Lamias.
— Mierda —escuché a Yosano—. Estámos jodidos.
— Es el fin —escuché a Nikolai tararear como si fuera una canción, sin embargo, se notaba que estaba igual de preocupado que todos.
— Estaremos bien; somos fuertes y estámos bien entrenados —formuló Ranpo, acercándose al grupo. Estaba con los brazos cruzados y el ceño fruncido—. Tomen lo que puedan y vamos a la entrada.
Y eso hicimos. Por lo que vi, Poe llevaba un arco colgado en él y, además una espada; en uno de sus bolsillos del pantalón, tenía guardada la daga que creó Kunikida. Tachihara hizo lo mismo con el arma pequeña, pero filuda, y sacó una espada. Akutagawa una lanza y su hermana tenía cinco dagas, todas en bolsillos especiales para esa arma, en su pantalón o brazos. Yosano se llevó una espada y una lanza —quien sabe cómo peleará con ambas armas, pero es mejor no dudar de la experta en todas las disciplinas— y Atsushi tomó una lanza.
Los demás campistas se armaron con sus armas favoritas y, la mayoría, hicieron una especie de oración hacia las divinidades que los crearon, deseando que les otorgaran un poco de suerte.
Padre, si me escuchas, por favor, déjame saber cuándo alguien resulte mal herido.
Prefiero hacerlas mentalmente.
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Hijos de Divinidades || Soukoku
RandomDazai Osamu es un chico de 15 años que, un día tan aburrido como cualquier otro, se enteró de su verdadera naturaleza. Él es un semidiós. Con los años, vivirá en carne propia una profecía que, dependiendo de sus acciones y las de sus seres queridos...