— Ares me ha maldecido dos veces —explicó, rascándose la nuca—. Una de ellas, tiene que ver con mi fuego.
Habíamos salido de la cabaña porque todos los mestizos habían vuelto ya al ring. Las batallas se habían reanudado hace unos momentos, por lo que nadie estaba lejos de allí, exceptuando por los semidioses muy heridos (y nosotros, obviamente). Quienes están en la enfermería, son cuidados por las ninfas curanderas.
Antes de salir, Chuuya se había colocado un pantalón de vestir y se quedó en la camiseta de luna, únicamente. La brisa no está helada y el sol que nos alumbra desde una esquina del cielo le da más energía. Gracias a ello, puede cicatrizar sus heridas más rápido. Los cortes y rasmillones de sus mejillas ya están casi desapareciendo.
— Fue a mis... diez años, creo —colocó un dedo debajo de su barbilla, recordando el evento— Me la dio porque le dije que era un cobarde por no querer luchar conmigo.
— ¡Chuuya! —solté una risa sin pensarlo.
— ¡Es que es verdad! —rió un poco también— Siempre alardeaba de sus habilidades increíbles de combate. Yo quería un desafío, así que le pedí una batalla. Se negó, diciendo que no pelea con aficionados.
— Supongo que te enojaste —enuncié, imaginándome a un Chibi aún más chiquito diciéndole aquello a un hombre colosal, a comparación del pelinaranja.
— ¡Bueno, tenía diez! —rodó los ojos, cruzando sus brazos— ¡Y él como millones! Quien fue infatil, fue él.
— No digo lo contrario, solo encuentro algo de gracia en la situación.
— Siempre haces eso. —sonreí y asentí rápidamente. Mi gran especialidad. Bufó (sonriendo un poco) y siguió:— Consistía en que mi mayor defecto serán mis propias emociones. El... sentir tanto... ser tan explosivo y todo eso. Él lo aumentó, básicamente. —dejó de caminar un poco, justo enfrente de la cabaña 1— Mientras más siento, más poder suelto.
— ¿Sueltas el fuego sin quererlo? —asintió a mi pregunta, jugando con sus manos.
— Se descontrola, así que prefiero no usarlo —suspiró, pegando sus iris en sus dedos—. Si estoy muy enojado, se enciende. Si estoy muy triste, también. —tomé sus manos con las mías, haciendo que subiera su mirada— Tengo que miedo que... si algún día estoy muy feliz... también se encienda.
Su voz se quebró con lo último que dijo, así que, casi por instinto, tomé su nuca y lo acerqué a mí. Lo abracé, apretándolo bien fuerte, para que sepa que estoy aquí, junto a él.
— He lastimado a mucha gente que quiero, Dazai... —susurró en mi cuello—. A todos porque no puedo controlar mi fuego. No puedo regular mis propias emociones...
— No es tu culpa. —acaricié su cabellera, suave y brillante— Es de Ares.
— Yo lo incité, Dazai. También me vuelve culpable.
— No —lo corté enseguida—. No lo hace.
— Quizás sea así... —suspiró, luego de un rato en silencio. Su aliento en mi cuello me dio un largo escalofrío, a pesar de que era cálido— Pero dañar a quiénes quiero sí es mi culpa. —su voz se volvió a quebrar, abrazándome más fuerte en el proceso— Mis hermanos... Albatross... Kouyou... —enumeró, bajando la voz cada vez más— Y hay más, Dazai. Muchos más.
— Chibi... —fue lo que pude formular. No sabía qué hacer, qué decir. Por lo que solo lo agarré con más fuerza, esperando que ayude, aunque sea, en algo.
— No quiero hacerte daño a tí también. —ahora soy yo quién quiere derrumbarse. Llorar es poco práctico y jamás me ha gustado hacerlo (me trago las ganas, de cierta forma), pero eso no significa que no sienta tristeza. Está ahí, sin embargo, es como un vacío.
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Hijos de Divinidades || Soukoku
AcakDazai Osamu es un chico de 15 años que, un día tan aburrido como cualquier otro, se enteró de su verdadera naturaleza. Él es un semidiós. Con los años, vivirá en carne propia una profecía que, dependiendo de sus acciones y las de sus seres queridos...