Nueva escuela.
Nuevos compañeros.
Nuevos profesores.
¿A quién atormento primero?
Nah, es mentira, yo no los escogo, ellos meten solitos el dedo en la daga.
El día va lento y aburrido —ya me esperaba algo así, honestamente—. Nadie interesante para acercarme a hablarle y las clases, al ser primer día, son meramente introductorias.
Hay que seguir un uniforme un tanto aburrido —es una camisa blanca con un saco y pantalones azul marino—, nadie puede destacar más que el resto, por lo que está prohibido los colores de cabello llamativos —Chuuya tendría que ocupar un horrible sombrero todo el tiempo, ¿no creen?— y todas esas cosas típicas escolares.
Así transcurrieron las semanas. Me levanto muy temprano, me coloco el uniforme y voy directo al autobús que me llevará cerca de la escuela, para luego caminar un par de cuadras y llegar finalmente —suelo entrar tarde porque me quedo observando más de lo normal ciertas cosas—.
Hay peculiaridades que mejoran un tanto mi día. Hay fantasmas en las calles, claramente, pero lo que me sorprendió más, fue la cantidad de criaturas mitológicas que hay escondidas por allí, que jamás antes me había dado cuenta.
Ninfas en los jardines más bellos, llenos de árboles y arbustos. Lo que parecen camiones gigantes, son en verdad criaturas de cobre, hechas por Hefesto —agradezco que ninguna me haya visto hasta ahora, ya que luchar con aquellas no es algo que me apetezca hacer—.
— Y con eso, la clase de hoy termina. —el timbre también lo indicó, por cierto— Recuerden hacer las actividades que asignamos.
Cuando salí del aula, vi por las ventanas del pasillo algo que, en un inicio, creí era mentira. Un ala de un pegaso. Blanca y brillante. Provenía de la azotea de uno de los edificios de la escuela, así que me dirigí allí, en vez de la cafetería.
Quizás podré ver a aquella criatura y recordar cómo eran las clases para montarlos. Nunca fui un experto, ya que los animales y yo jamás hemos tenido una buena relación, pero podía subirme a ellos, aunque sea.
Fui a paso normal, sin embargo, cuando lo escuché relinchar, empecé a correr por la emoción.
Abrí la puerta y no había nadie —era de esperarse, ya que los estudiantes no suelen venir aquí, y ahora todos deben estar comiendo sus almuerzos en la cafetería—, empero, el pegaso estaba allí, sentado y pendiente, como si estuviera esperando a alguien.
— Hola —saludé acercándome. Parecía un tanto hostil al inicio, ya que se levantó de golpe, pero luego dejó que estuviera a pocos pasos de él—. Hace mucho no veía pegasos.
Caminó un poco, alejándose de mí, con ese sonoro ruido que hacen sus pezuñas.
— No te haré daño —dije, sentándome—. Solo compañía.
Me quité la mochila de la espalda, viendo como el animal seguía moviéndose, de un lado a otro. Saqué mi sándwich y una botella de agua, para empezar a comer.
Cuando ya había dado mi tercera mascada, escuché pasos a lo lejos. Alguien estaba subiendo las escaleras. El animal pareció notarlo y se acercó un poco a la puerta, sin embargo, se sentó allí, esperando.
— Siento la demora. —la puerta se había abierto, dejando ver un chico con gorro de lana beige. Traía consigo bastantes cosas en sus manos, así que estaba pendiente de que no cayeran al suelo. Ni siquiera se percató de mí— Las clases son un tanto-, ¡ay por los Dioses! —exclamó cuando me vio. Un sándwich de lechuga se le había caído al suelo, el pegaso se lo comió de igual forma.
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Hijos de Divinidades || Soukoku
DiversosDazai Osamu es un chico de 15 años que, un día tan aburrido como cualquier otro, se enteró de su verdadera naturaleza. Él es un semidiós. Con los años, vivirá en carne propia una profecía que, dependiendo de sus acciones y las de sus seres queridos...