005: El rabioso de los Apolo me estrangula

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Corría.

Corría.

Y corría.

Sentía como mis piernas ardían de tanto hacerlo. Mis pies estaban tan adoloridos e hinchados que ya ni los sentía. Estaban casi adormecidos —me caí más de una vez por ello—.

Estaba en una carretera en medio de la nada, la cuál parecía estar en un lugar desértico porque no había nada más que la estructura para los autos, sin ningún alma.

Una tormenta se asomaba cerca y lo único que iluminaba el pavor en mi cara era el reflejo de la luz de la luna y los rayos que se veían a lo lejos, amortiguados por una niebla negra. Pronto me iban a consumir, lo sabía.

No sé qué me perseguía exactamente. Era una especie de nube negra con forma... ¿humana? Casi como una sombra, pero tenía forma sólida... bueno, gaseosa. No lo sé, era muy confuso. Cuando intentaba verle era un sombra casi imposible de ver y cuando lo observaba por el rabillo de mi ojo, se veía como una nube compacta. Como me pasó en el río.

Para sumarle más a mi tragedia, a veces escuchaba voces, pero luego se disipaban de la nada mientras corría.

Lo único que sé al seguro de toda esta locura, es que no importa cuánto me desgarraba mis extremidades al correr o que tan rápido lo hacía, no me dejaba de perseguir y poco a poco me iba alcanzando. Se sentía como... correr de tu propia sombra. Algo completamente imposible.

No aguantaba más, jamás he tenido una buena resistencia física. Esto era demasiado para mí.

¿Así es cómo moriré? ¿Consumido por mi propia sombra? Llega a sonar hasta poético. Trágico, pero... poético.

Y patético.

Caí por décima vez al piso, pero esta vez... no me levanté. No daba más.

Sudaba como cerdo y... por más miedo que me provocaba esta sombra, no tenía razón para seguir corriendo. Después de todo, siempre digo que quiero morir, ¿no?

De la nada, la carretera se volvió un tunel sin fin. Era más pacífico de alguna manera. Aunque estaba mucho más oscuro que la carretera.

Vi a ambos lados y... no estaba.

La sombra ya no estaba.

Se había ido, pero el miedo seguía ahí.

No hubo ningún alivio al ver que estaba... solo. Como siempre.

Solo en la oscuridad. La cual yo mismo me metí, de alguna manera.

Estaba oscuro. Muy oscuro y frío. No había ninguna luz al final del túnel, como se suele decir.

No había nada.

Solo... soledad.

Y yo.

Un trueno se escuchó fuera. Y la sombra apareció de nuevo. Ahora era incluso más grande, como si la oscuridad le daba algún poder o algo así, pero seguía siendo indescifrable para mí.

Cuando corrió a mi dirección, cerré los ojos lo más apretados que pude y me abracé las piernas. Esperando lo inevitable.

.

.

.

Me desperté al sentir una sensación de caída. Me levanté tan rápido que me golpé la cabeza con la cama de Tachihara. Sudaba frío y mi respiración estaba entrecortada. Tuve que ahogar un grito de dolor, por el golpe, y de desesperación, por la sensación que aún tenía en mi pecho.

— Dioses... —susurré— sólo fue un sueño... sólo fue un sueño.

Eso intentaba repetirme a mí mismo todo estos años, desde que soy pequeño y tengo estas pesadillas. Pero jamás en mi corta vida lo había sentido tan real. Sentir como tus piernas dolían de tanto correr. No sentir los pies. Sentir las gotas de sudor bajar por la frente. Sentir la respiración de esa cosa. El miedo que aún no se iba... era horrible, peor que cualquier otra noche que tuve esa misma pesadilla.

Hijos de Divinidades || SoukokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora