Llevábamos media hora en el auto y no tengo idea de dónde estamos.
Siempre me he considerado bueno ubicándome, tengo una muy buena memoria visual. Pero ahora, estábamos en un camino que casi ni parecía calle, rodeando lo que parecía ser un bosque.
— Este es el comienzo de la colina Mestiza —me explicó Adam a mi izquierda—, los mortales comunes creen que es una colina abandonada, por lo que no entran. Aunque suelen haber unas veces que nos encontramos con unos curiosos —mencionó—. Aquí los hijos de los Dioses se entrenan.
— ¿Entrenan para qué? —pregunté.
— ¿Recuerdas a la arpía?
— Como olvidarla.
— Ese es el primer monstruo al que te enfrentas. O quizá hubieron otros antes, pero no te diste cuenta gracias a la niebla. —fruncí el ceño intentando recordar. Siempre creí que mi infancia era algo extraña, pero jamás a este punto— Ahora que sabes lo que eres. Más monstruos vendrán a por tí. —hizo una pausa— A veces pasa que algunos mestizos nunca saben lo que son, pero eso es para hijos de Dioses menores o con poderes no muy peligrosos. Pero ese no es tu caso, Dazai.
— ¿Y cómo sabes eso? —pregunté— Podría haber vívido sin ataques de señoras con alas si no me hubiesen dicho nada. —miré a mi tía. Ella sólo rodó los ojos y siguió mirando por la ventanilla del taxi.
— Soy un sátiro. Nosotros, al igual que los monstruos, olemos a los mestizos. Por eso nos mandan a la búsqueda. Cinco años atrás contacté con tu tía, Dazai. Desde hace por lo menos cinco años que tu aura mestiza es muy poderosa. Imagina cómo debe de estar ahora.
— ¿Sátiro? —Adam asintió— ¿Mitad cabra, mitad hombre?
— ¿Quieres que me quite los pantalones? —preguntó decidido.
— ¡No, gracias! —dije sobresaltado. Ver patas de cabra en una persona era lo que me faltaba para arruinar aún más mi día— ¿Sabes... quién es mi padre? —pregunté luego de un rato de silencio.
— No, Dazai, lo siento. Eso es imposible de saber. —lo miré arrugando mi frente levemente— La única manera de conocerlo, es que tu padre te reconozca.
A este punto, estaba considerando de verdad el tirarme por el auto andando y volver al apartamento. Tal vez si me dormía y despertaba me daría cuenta que en verdad todo era un sueño, o el efecto de lo hongos que tengo guardados por ahí. No sería primera vez que tengo sueños o alucinaciones extrañas.
— Llegamos —avisó Adam cuando, por las ventanas del taxi, se podía ver un camino sin árboles que dirigía hacia un lugar más arriba—. La gran colina Mestiza.
— Serían doce dracmas —cobró el taxista con muchos ojos. ¿Dracmas? ¿Qué era eso?
Adam sacó de su bolsillo doce monedas de oro. Eran más grandes y gruesas que las monedas comunes y tenían la cara de un señor con barba. En el otro lado había un templo griego.
— Un lado es el Dios del rayo —explicó Adam. Juro haber visto un rayo en el cielo a lo lejos, por más que no había ninguna tormenta cerca— y el otro es el Olimpo.
— Ya —hablé. El Olimpo estaba bien reducido, supongo.
Bajamos del auto y subimos la colina. Estaba lleo de árboles alrededor del camino poco marcado, pero cerca de la entrada había uno incluso más gigante y hermoso que todo el resto. Al lado de este, estaba la puerta del campamento.
— ¿Qué te parece? —Adam estaba bebiendo una sprite en lata. Ni idea de dónde la sacó.
— Es... lindo, supongo. —nada de supongo, era precioso el lugar. Lleno de área verde dónde sea que miraras. Las paredes de piedra altísimas rodeaban toda la colina (o eso supuse porque no alcanzo a ver más allá).
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Hijos de Divinidades || Soukoku
De TodoDazai Osamu es un chico de 15 años que, un día tan aburrido como cualquier otro, se enteró de su verdadera naturaleza. Él es un semidiós. Con los años, vivirá en carne propia una profecía que, dependiendo de sus acciones y las de sus seres queridos...