𝑉𝐼𝐼. 𝑢𝑛𝑎 𝑐𝑒𝑛𝑎 𝑝𝑟𝑖𝑣𝑎𝑑𝑎.

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En cuanto Quackity bajó del auto intenté hacer lo mismo por mi cuenta, pero él beep que sonó me avisó que había bloqueado las puertas para abrir la del copiloto desde fuera con una gran sonrisa. Extendió su mano por unos segundos para ayudarme a bajar, pero antes de que pudiese tomarle de la mano lo apartó para acomodarse su cabello y después mantener la puerta abierta.

Alcé la cabeza en cuanto mis ojos se acostumbraron a las tenues luces del lugar, y admiré la elegante fachada del restaurante que tenía en frente. Varios árboles delgados con copas semidesnudas abrazaban el edificio ocultando parte de las piedras grisáceas que tapizaban las paredes, al igual que unos cuantos faroles cual objetivo era iluminar el camino discreto de la entrada. No había nadie cerca del restaurante, y tampoco podía ver dentro de él. Lo único que demostraba que era un restaurante público era el gran letrero sobre el edificio que presumía el nombre que no pude leer por la compleja tipografía en cursiva.

Miré a Quackity de reojo. Estaba entregándole sus llaves a un hombre quien manejaría su auto hacia el estacionamiento privado, y después sacó su celular para contestar unos mensajes. Ninguno de los dos era la definición de elegancia con la ropa que llevábamos, pero él encajaba en el ambiente exclusivo que emanaba el lugar con su vestimenta negra que hacía juego con su abrigo y beanie del mismo color. Era un hombre que imponía autoridad solo con estar de pie revisando su celular.

Aun vistiendo de un color oscuro ante la noche, emanaba un brillo auténtico. Me distraje viéndole hasta que nuestras miradas se cruzaron, o al menos, hasta que él giró hacia mi dirección. Sus lentes oscuros entorpecían mi intención de encontrar sus ojos.

—¿A dónde me trajo, patrón?

—Un restaurante muy humilde que tenemos cerca de casa— Bromeó. —. Me gusta porque es privado, así que podemos cenar sin preocuparnos de ser vistos. Solo sígueme. — Alzó su codo hacia mí, y hasta que capté su mensaje, le tomé de él.

Después de tener la llamada con Melanie, opté por merodear en las calles del barrio para despejar mi mente. Primero lo exploré con la mente en blanco para dejarme sorprender por las maravillas de Los Ángeles, hasta que el hambre me hizo tener la misión de encontrar un lugar donde podría conseguir algo para cenar. En medio de mi búsqueda descubrí lugares de mi interés como cafeterías discretas y tiendas de ropa, además de pequeños negocios donde vendían cosas básicas.

Y también me crucé con Quackity, quien, curiosamente, se encontraba haciendo lo mismo que yo.

Intenté evadirlo en cuanto lo encaré en un parque, pero insistió en invitarme a cenar a un restaurante que conocía. No pude rechazarlo en cuanto sacó la carta de considerarlo como «una cena que jamás existió». Si alguien preguntaba, solo responderíamos que fue una pequeña confusión donde ambos habíamos cenado en el mismo restaurante y nos topamos en algún instante de la noche, pero nunca compartimos la mesa, ni deseamos hacerlo.

Ya que somos vecinos, las casualidades pueden suceder.

Observé al mesero verter con elegancia el vino tinto en la copa de Quackity, y después dejar la botella a un costado de él. Agradeció por el servicio, y en cuanto el mesero cerró las puertas de la pequeña habitación privada que Quackity reservó detrás de él, el silencio se apoderó del lugar. Acaricié la base de vidrio de mi copa, e inspeccioné el vino al agarrar y mover la copa en pequeños círculos.

—Esto no es un café.

Quackity sonrió.

—Hay que variar el menú de vez en cuando, ¿no? — Tomó su copa. —. Y sobre todo hoy para celebrar que hace un mes nos conocimos, y también hace un mes comenzaron nuestras reuniones que, de milagro, no han descubierto— Alzó su bebida. —. Un brindis por eso.

Disponible solo por negocios | QuackityxTnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora