𝑋𝑋. 𝑑𝑒𝑠𝑒𝑜𝑠.

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Froté mis brazos en cuanto una brisa helada me empujó al bajar del avión. Mis tres meses en la ciudad no fueron suficiente para que mi cuerpo se acostumbrase a las repentinas heladas del país. Cada que pensaba que me había adaptado a Los Ángeles, la temperatura bajaba más. A este punto considero que algún ente sobrenatural está queriéndome expulsarme del país de las formas más sutiles y agresivas que se le ocurren. Por suerte la merch de Quackity me protegía del frío, pero comenzaba a arrepentirme de no haber sacado de la maleta un abrigo más por las prisas.

Mensajeé a mi familia para notificarles del aterrizaje mientras recorría los pasillos del aeropuerto después de haber cruzado la inspección de seguridad. A comparación de la primera vez que llegué a la ciudad, el aeropuerto estaba repleto de personas. Y lo esperaba. Es el último día del año. Todos ansiaban regresar a su hogar o llegar a un nuevo destino que le provea experiencias; un nuevo camino si es que la vida les trata bien. Me había hecho la idea de que sería complicado de caminar por el edificio, pero batallaba más con la maleta que con la misma multitud.

Recordé las maniobras que Alexis hacía con mi maleta, e intenté replicarlas. Fallé, y bufé. Continué luchando con mi vieja maleta que estaba a nada de firmar su sentencia de muerte en cuanto llegase a mi hogar y me pusiera a buscar en Amazon maletas con ruedas que me obedecieran.

Miré a través de los ventanales del aeropuerto, y después miré mi reloj. Eran alrededor de las 8 de la noche. Todo estaba oscuro, si acaso podía llamar de esa forma las luminosas calles de Los Ángeles. Consideré llamar un taxi mientras me acercaba a las puertas principales, pero una llamada de Alexis me interrumpió antes de poder buscar algún número.

—¿Diga? —contesté.

¿Y esa formalidad? —Alexis se burló—. Pensé que ya habíamos pasado de esa fase.

—Ah, perdón licenciado. Acabo de aterrizar, y fue mera costumbre de ver su celular en el registro —Solté mi maleta en cuanto crucé la entrada del aeropuerto. Estiré el cuello para buscar algún taxi que estuviese libre.

¿Ya saliste del aeropuerto?

—Sí, de hecho, estoy buscando un taxi para-...

Callé en cuanto vi una mano moverse de lado a lado desde uno de los cajones del estacionamiento, justo en un punto oscuro donde muy pocos autos se encontraban. Forcé la vista por un instante, pero reconocí esa amplia y contagiosa sonrisa que tanto anhelaba ver desde que le dejé en el aeropuerto de la Ciudad de México con un sabor agridulce. Me acerqué al cajón oscuro en cuanto aseguré que ningún tercer par de ojos, o peor, alguna cámara estuviese sobre nosotros.

Colgué la llamada al tenerle frente mío. Alexis no tardó en acariciar y tomar mi cintura con una de sus manos y acercarme a él, pidiéndome un beso con su mirada suplicante. Le cumplí su capricho después de un ligero titubeo, e inicié otro más en cuanto reconocí lo mucho que había extrañado sus labios en la semana.

A los segundos se estiró para alejar sus labios de mi rostro. Soltó una risita cuando me vio seguirle.

—Espérame, ni siquiera te dije hola —Comenzó a reír—. ¿Cómo estuvo el vuelo?

—Aburrido, incómodo. Ya sabes, lo que siempre pasa con viajes pequeños.

Alexis tomó mi maleta al abrir la cajuela de su auto. La guardó al lado de su equipaje antes de que pudiese protestar. Hizo lo mismo con mi maleta de mano mientras seguía conversando. Una forma indirecta de decirme «te vienes conmigo».

—Hubiera sido más divertido más si mi asistente se hubiera comprado boletos de vuelta en el mismo vuelo que su jefe.

La sensación de las manos de Alexis tomando mis piernas para sostener mi peso sobre el lavabo del baño del avión se reprodujo en mis recuerdos, al igual que la intensidad de sus besos y su mirada hambrienta sobre mis labios que deseaba probar más. Una cosa era recordar el momento en casa, y otra, con el culpable de la escena a mi lado.

Disponible solo por negocios | QuackityxTnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora