𝑋𝐼. 𝑎𝑡𝑎𝑟𝑑𝑒𝑐𝑒𝑟.

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Deposité la última caja vacía de la mudanza en el contenedor detrás de mi edificio. Sonreí para proclamar la victoria de finalmente concluir la decoración de mi hogar después de un mes y medio desde que llegué a mi nuevo departamento. Creí que me tomaría más tiempo considerando mi nulo tiempo libre entre semana, pero me ahorró tiempo el tener muy pocos muebles a mi posesión desde mi viejo departamento que compartía con Melanie, y el resto de la mudanza solo era la ropa que esperaba con ansias colocar en mi clóset.

Ahora, con el departamento decorado con mis pertenencias y sin las cajas estorbando el camino, podía notar lo vacío que lucía sin ciertos muebles esenciales, como un sofá donde pudiesen sentarse más de una persona a la vez, y un comedor propio para tener visitas e invitarlas a compartir un almuerzo conmigo. Con mi paga mensual podría comprarme lo que necesitaba sin problemas, pero me costaba aceptar gastar en muebles que no iba a usar en un buen tiempo por mi trabajo. Y más porque la próxima semana estaré fuera del país por las navidades.

Al regresar a mi departamento me senté en el banquito de la isla de la cocina, y busqué los próximos vuelos hacia mi país natal. Por todo lo que había sucedido esta semana con Quackity no tuve el tiempo ni la cabeza de ponerme a planear el viaje sorpresa para mis padres. Tenía un día libre extra de parte de la empresa para compensar el hacerme trabajar un sábado, así que podía dedicarme plenamente a mí misma y olvidar todo lo que sucedía a mi alrededor por dos días. Tal vez si me distraía buscando vuelos toda la tarde, se me olvidaría que tengo una cita con mi jefe.

Subí el volumen de la música en cuanto mis pensamientos y recuerdos comenzaron a ser ruidosos. Tarareé algunas melodías que escuchaba mientras juzgaba y comparaba precios de algunas aerolíneas, hasta que mi tono de llamada me interrumpió en medio de la búsqueda. 

Era Quackity. Hablando del rey de Roma...

—Habla _____, recordándole que hoy es mi día de descanso— Especifiqué de inmediato. —. Hoy no estoy a sus servicios.

Escuché su risa a través del teléfono.

Ya sé, te llamo como amigo.

—¿Ah sí? — Quackity respondió con un «Ajá». —. Entonces, ¿a qué se debe la llamada, Alex?

Hubo una pausa.

¿Cómo que Alex? — Preguntó con sorpresa.

—Pues... así te llamas.

Sí, pero no te di permiso de llamarme por mi nombre.

Me recargué en la isla de la cocina, todavía enfocándome en la búsqueda de los boletos de avión más accesibles para mi limitado presupuesto. Recordé el día que firmé el contrato donde fingí conocerlo por primera vez; él me había especificado que, después de firmar, consideraría si podía llamarle por su nombre real, o no. Al parecer todavía no me gano el privilegio. Uno de los tantos que especifica que incluso perdí la cuenta.

Me reí.

—Dios, todo me lo tengo que ganar contigo— Me levanté a preparar un poco de café. —. Bien, te seguiré llamando Quackity, pero es muy raro ser amigo de mi jefe, el streamer Quackity, cuando lo tengo prohibido.

Bueno, si quieres no tomes mi amistad ya que la rechazas tanto. — Su tono de voz ofendido me hizo reír mientras esperaba a que el jarrón terminase de llenarse con agua. La vertí en la cafetera en cuanto estuvo lista.

—Preferiría ser amiga de... del chico cuyo nombre empieza por A.

¿El que besaste con un consentimiento sin definir? — Tiré por accidente un poco de los granos de café molidos por el sobresalto. —. Ese es al que te tienes que ganar, a mí ya me convenciste con la magia de la amistad desde que nos conocimos.

Disponible solo por negocios | QuackityxTnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora