Capítulo 5

761 53 1
                                    

Es posible que yo no tenga un tipo de pareja. Cuando pienso en mis relaciones del pasado no surge un retrato robot.

Claro que no es una muestra representativa;
aparte de Brandon, en el instituto, solo he tenido tres novios.

Mi verdadera historia de citas empezó en mi primer semestre en la universidad, en Duke.

Vivía en una residencia mixta y cada noche nos reuníamos en la sala para estudiar (o fingir que lo hacíamos), charlar y ver series como Beverly Hills, 90210 y Melrose Place.

Fue allí donde me chiflé por Hunter Bretz, de Mississipi. Hunter era esquelético, extraordinariamente inteligente y raro, pero yo estaba loca por él.

Me encantaba su inteligencia, su acento lento y suave y la manera en que sus ojos castaños se fijaban en ti cuando hablabas, como si de verdad le importara lo que tú tenías que decir.

Pam, mi compañera de habitación, una chica de Jersey con una impresionante mata de pelo, afirmó que mis sentimientos eran un «jodido misterio», pero me animó a que le pidiera a Hunter para salir.

No lo hice, pero me esforcé mucho en cultivar la amistad con él, atravesando su timidez exterior para hablarle de poesía y literatura.

Estaba convencida de que estaba haciendo progresos con Hunter cuando apareció Joey Merola. Joey era lo contrario de Hunter; un deportista bullicioso con una risa escandalosa.

Practicaba todos los deportes habidos y por haber dentro de la universidad y siempre aparecía en la sala sudoroso con alguna historia de cómo su equipo se recuperó en el último segundo y ganó el partido.

Era la clase de hombre que se enorgullecía de lo mucho que podía comer y de lo bien que se defendía en clase de literatura sin leer ni un solo libro.

Un jueves por la noche, Joey, Hunter y yo nos quedamos los últimos en la sala, hablando de religión, la pena de muerte y el sentido de la vida, todas esas cosas que yo había imaginado que discutiríamos en la universidad, lejos de Laura y sus intereses más superficiales.

Joey era ateo y partidario de la pena de muerte. Hunter, igual que yo, era metodista y estaba en contra de la pena de muerte.

Ninguno de los tres estaba seguro del sentido de la vida. Hablamos y hablamos y yo estaba decidida a agotar a Joey y acabar quedándome con Hunter. Pero, algo después de las dos de la
madrugada, Hunter tiró la toalla.

—Bueno, chicos, tengo una clase a primera hora.

—Venga, hombre, sáltatela. Yo nunca voy a la clase de las ocho —dijo Joey, orgullosamente.

—Supongo que si pago por la clase, debo ir —dijo Hunter, riendo.

Esto era otra cosa que me gustaba de Hunter. Se pagaba la universidad, a diferencia de la mayoría de los chicos ricos de Duke.

Así que nos dijo buenas noches y me quedé mirando, pesarosa, cómo se marchaba.

Joey no perdió comba y siguió charla que te charla, sacando a colación una vez más el hecho de que los dos éramos de Indiana —a solo dos ciudades de distancia— y que tanto su padre como el mío habían ido a la universidad de Indiana (su padre había sido reserva del equipo de baloncesto).

Jugamos a los nombres y conseguimos dos aciertos. Joey conocía a Blaine, el ex novio de Laura, por la página deportiva local. Y los dos conocíamos a Tracy Purlington, una chica promiscua de la ciudad que había entre las nuestras.

Al final, cuando dije que tenía que irme a la cama, Joey me siguió arriba y me besó en la escalera. Pensé en Hunter, pero correspondí al beso de Joey, entusiasmada por hacerme con algo de experiencia universitaria.

Something BorrowedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora