Capítulo 12

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Laura y yo estamos en el avión de camino a Indianapolis para participar en la fiesta prenatal del hijo de Abi y yo estoy en el asiento de enmedio. Se lo habían asignado a Laura, pero por supuesto, ella se las arregló para quedarse con mi asiento de ventanilla, diciendo que si no puede mirar por la ventana, se marea.

Quería decirle que este principio bueno para los viajes en coche no es aplicable al avión, pero
no me he tomado la molestia, solo me he rendido ante sus exigencias.

En el pasado, lo habría hecho sin pensar, pero ahora me da rabia. Pienso en Johan y Hillary y sus recientes afirmaciones sobre Laura.
Es egoísta, pura y simplemente. Y esta es la
verdad, dejando aparte lo que yo sienta por Daniela.

Un hombre cuarentón con el pelo rapado ocupa el asiento de pasillo, a mi izquierda. Ha pegado toda la longitud y anchura de su brazo derecho, desde el codo a la punta de los dedos, en el reposabrazos que compartimos. Bebe y pasa las páginas de su revista con la mano izquierda, para no perder terreno.

El piloto anuncia que el cielo está despejado y que aterrizaremos antes de lo previsto. Laura anuncia que se aburre. Es la única persona de más de doce años que conozco que dice con una gran regularidad que se aburre.

Levanto la vista de mi libro.

-¿Ya has leído el número de Martha Stewart sobre bodas?

-De principio a fin. No hay nada nuevo. Y por cierto, eres tú quien debería leerlo. Hay un artículo sobre los regalitos a los invitados; me prometiste que me ayudarías a pensar en una idea original -dice, mientras inclina su asiento hacia atrás por completo y luego lo vuelve a poner recto.

-¿Qué tal libritos de cerillas?

-¡Dijiste original! -Laura se cruza de brazos-. ¡Todo el mundo regala libritos de cerillas! Es algo inevitable. Quiero un regalo de verdad, además de las cerillas.

-¿Qué propone Martha? -pregunto, marcando el punto de mi novela con el pulgar.

-No lo sé, cosas difíciles de hacer. Cosas que requieren mucho trabajo. -Me mira, quejosa-. ¡Tienes que ayudarme! Ya sabes que no soy buena en manualidades.

-Yo tampoco.

-¡Eres mejor que yo!

Vuelvo al libro, fingiendo estar enfrascada en él. Suspira y masca su Juicy Fruit con más energía. Y cuando esto no da resultado, le da un golpe al lomo de mi libro.

-¡Pocheé!

-¡Vale! ¡Vale!

Sonríe sin inmutarse, como una niña a la que no le importa haber disgustado a su madre, solo le interesa haber conseguido lo que quería.

-¿Crees que tendríamos que hacer algo con «DL»?

-¿DL? -repito, haciéndome la tonta.

-Ya sabes, una «d»... de Daniela y L de Laura. Es obvio ¿sabes?. ¿O resulta cursi?

-Cursi -digo, la misma respuesta que le habría dado incluso antes de los días de D y M.

-Vale, entonces ¿qué? -Comprueba la cantidad de gramos de grasa que hay en su snack antes de tirarlo dentro de la bolsa del asiento delante de ella.

-Bueno, tienes las almendras azucaradas, en una red, atadas con cintas de color pastel... o pastillas de menta en una lata con la fecha de la boda -digo, mientras ejerzo una ligera presión con el codo izquierdo, tratando de abrir una
diminuta brecha en mi reposabrazos. Con mi visión periférica, veo cómo el Rapado flexiona el bíceps resistiendo-. Luego tienes recuerdos permanentes, como los adornos para el árbol de Navidad...

Something BorrowedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora