Capítulo 3

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Cuando me desperté al día siguiente, la chica displicente que se bebe sin pestañear un batido de leche ha desaparecido, hundida en la culpa y en treinta años de obedecer las reglas.

Ya no puedo racionalizar lo que hice. Cometí un acto incalificable contra una amiga, infringí un principio fundamental de la solidaridad entre mujeres.

No tengo justificación. Así que pasemos al plan B. Fingiré que no ha sucedido nada.

Mi transgresión fue tan grande que no me queda otra salida que desear que todo el asunto se desvanezca. Y a seguir con mis asuntos como de costumbre y entregarme a mi rutina del lunes por la mañana, esto es lo que quiero conseguir.

Me ducho, me seco el pelo, me pongo mi traje negro más cómodo y zapatos de tacón bajo, cojo el metro hasta Grand Central, compro mi café en Starbucks, cojo el New York Times en el quiosco y subo dos escaleras mecánicas y un ascensor hasta mi despacho en el MetLife Building.

Cada parte de esta rutina representa estar a un paso más lejos de Daniela y el Incidente.

Llego al despacho a las ocho y veinte, muy temprano para lo habitual en los bufetes de abogados. Los pasillos están en silencio. Todavía no han llegado ni siquiera las secretarias.

Estoy a punto de pasar a la sección del periódico dedicada a la metrópoli cuando veo cómo parpadea la luz roja del teléfono, avisándome de que tengo un mensaje; por lo general es un aviso de que me espera más trabajo.

Algún socio gilipollas debe de haberme llamado el único fin de semana reciente que puedo recordar en que no he comprobado los mensajes.

Apuesto a que es Les, el hombre dominante en mi vida y el socio más gilipollas en seis pisos llenos de ellos.

Tecleo mi contraseña, espero... «Tienes un mensaje de una llamada exterior. Recibida hoy a las siete y cuarenta y dos de la mañana... -me dice la grabación. Detesto a esa mujer automatizada. Siempre es portadora de malas noticias y las da con una voz de lo más animada. Deberían adaptar la grabación para las firmas de abogados, hacer que la voz suene más sombría: «Oh -con la amenazadora música de Tiburón al fondo -tiene cuatro mensajes nuevos...»

-¿Qué será esta vez? -me pregunto, mientras pulso «play». «Hola, Poché... Soy yo... Daniela... Quería llamarte ayer para hablar del sábado por la noche, pero no pude. Creo que tendríamos que hablar, ¿no te parece? Llámame cuando puedas. Estaré por aquí todo el día.»

Se me cae el alma a los pies. ¿Porqué no puede adoptar alguna de esas buenas y anticuadas técnicas de evitación y dejarlo de lado, no volver a hablar de ello nunca más? Esta era mi estrategia de juego. No es extraño que odie mi trabajo; soy una abogada que se ocupa de litigios y que detesta el enfrentamiento.

Cojo un lápiz y doy golpecitos contra el borde de la mesa. Oigo a mi madre diciéndome que deje las manos quietas. Pongo el lápiz en la mesa y me quedo mirando la luz que parpadea.

La mujer me exige que tome una decisión respecto al mensaje: tengo que volver a escucharlo, guardarlo o borrarlo.

¿De qué quiere hablar? ¿Qué podemos decir? Vuelvo a escuchar el mensaje, confiando en que las respuestas me lleguen en el sonido de su voz, en su cadencia. Pero no revelan nada. Vuelvo a escucharlo hasta que la voz empieza a sonar
Distorsionada, igual que cambia una palabra cuando la repites lo suficiente. Huevo, huevo, huevo, huevo. Era mi favorita.

La decía una y otra vez hasta que parecía que tenía una palabra totalmente equivocada para describir la sustancia amarilla que estaba a punto de comer para desayunar.

Escucho a Daniela una última vez antes de borrarlo. Su voz suena, definitivamente,
Diferente. Tiene sentido, porque en cierto modo, es diferente. Las dos lo somos. Porque, aunque trate de no pensar en lo que ha pasado, aunque la castaña deje de lado el Incidente, después de una breve e incómoda llamada telefónica, estaremos para siempre en la Lista de la otra; esa lista que todos tenemos, anotada en un cuaderno de espiral secreto o memorizada en el fondo de nuestra mente. Puede ser larga o corta. Puede estar organizada en orden de resultados, importancia o cronología. Puede ser completa, con nombre y dos apellidos o tener una mera descripción física, como la lista de Laura: «Delta Sigma con deltoides de muerte...»

Something BorrowedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora