Capítulo 8

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Donde pienso mejor, siempre, es en la ducha.

La noche es para preocuparse, rumiar las cosas, analizarlas. Pero por la mañana, bajo el agua caliente, veo las cosas claramente.

Así que mientras me enjabono el pelo, aspirando el olor a pomelo de mi champú, lo reduzco todo a la verdad esencial: lo que Daniela y yo estamos haciendo está mal.

Anoche nos besamos mucho rato y luego ella me abrazó todavía más tiempo, sin que apenas intercambiáramos unas palabras.

El corazón me latía con fuerza contra el suyo, mientras me decía que al no avanzar en la parte física, nos habíamos apuntado una especie de victoria.

Pero esta mañana sé que igualmente estaba mal. Lisa y llanamente mal. Debo parar. Pararé. Empezando ahora.

Cuando era pequeña y quería darme una nueva oportunidad, contaba hasta tres en mi cabeza. Si me pillaba comiéndome las uñas, me sacaba los dedos de la boca y contaba. Uno. Dos. Tres. Ya. Había hecho borrón y cuenta nueva. A partir de aquel momento ya no era alguien que se comía las uñas. Aplicaba esta táctica a muchas malas costumbres. Así que contaré hasta tres y me sacaré de encima la costumbre de Daniela. Seré otra vez una buena amiga. Lo borraré todo, lo arreglaré todo.

Cuento hasta tres lentamente y luego utilizo la técnica de visualización que Brandon me explicó que él usaba durante la temporada de béisbol. Me dijo que se imaginaba el bate golpeando la pelota, la oía crujir, veía cómo se levantaba el polvo mientras él llegaba a la seguridad del home. Se concentraba solo en sus buenas jugadas y no en las veces que la fastidiaba.

Y esto es lo que yo hago. Me concentro en mi amistad con Laura, en lugar de en mis sentimientos por Daniela. Hago un vídeo en mi cabeza, llenándolo con escenas de Laura y yo.

Nos veo acurrucadas en su cama una noche que me quedé a dormir en su casa, cuando estábamos en primaria.

Hablamos de nuestros planes para el futuro,
de cuántos hijos tendremos y de cómo los llamaremos. Veo a Laura, con diez años, apoyada en los codos, los meñiques en la boca, explicando que si tienes tres hijos, el mediano debería ser de un sexo diferente que los otros, para que todos tuvieran algo especial. Como si se pudieran controlar estas cosas.

Nos veo en los pasillos de Naperville High, pasándonos notas entre clases. Sus notas, dobladas de formas intrincadas, como origami, eran mucho más entretenidas que las de Abi, que solo informaban de lo mucho que se aburría en clase.

Las de Laura estaban llenas a rebosar de observaciones interesantes sobre los compañeros y de comentarios maliciosos sobre los profesores. Y pequeños juegos para que yo los hiciera. Ponía citas en el lado izquierdo de la página y nombres en el derecho, para que yo los emparejara.

Me partía de risa mientras trazaba una línea desde, digamos, «Guapas, tus largas, tío» hasta el nombre del padre de Abi, que hacía este
comentario cada vez que los conductores se olvidaban de encender las largas.

Laura era divertida. A veces, hiriente, incluso malvada. Pero eso solo hacía que fuera más
divertida.

Me aclaro el cabello y me acuerdo de algo más, un recuerdo que no había aflorado antes. Es como encontrar una fotografía tuya que no sabías que hubieran hecho. Fue en primero, Laura y yo estamos junto a las taquillas, después de clase.

Becky Zurich, una de las chicas más populares de último curso (pero no popular en un sentido agradable, sino más bien de la variedad mala, temida), pasó junto a nosotras con su novio, Paul Kinser.

Con su barbilla prácticamente inexistente y sus labios demasiado finos, la verdad es que no era bonita en absoluto, aunque en aquella época se las arreglaba para convencer a muchos, entre ellos yo, de que sí que lo era.

Something BorrowedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora