Capítulo 21

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Estoy en algún lugar por encima del Atlántico cuando decido que no le contaré a Johan todos los detalles patéticos y morbosos. Una vez que pise suelo británico, no le daré más vueltas ni me regodearé en la autocompasión. Será el primer paso para olvidar a Daniela y seguir adelante. Pero me concederé lo que dure el vuelo para pensar en ella y en mi situación.

En cómo me la jugué y perdí. En que no vale la pena correr riesgos. En que es mejor ser una persona con el vaso medio vacío. En que me habría ido mucho mejor de no haber seguido este camino, haciéndome vulnerable al rechazo y la decepción y dándole a Laura la ocasión de vencerme de nuevo.

Apoyo la frente en la ventanilla, mientras una niña pequeña, detrás, da patadas contra mi asiento una, dos, tres veces. Oigo que la madre le dice con una voz muy melosa:

-Vamos, Ashley, no des patadas en el asiento de esta señora tan amable.

Ashley sigue con lo mismo.

-¡Ashley! Esto va contra las reglas. En el avión no se dan patadas -repite la madre con una calma exagerada, como para demostrar a todos los que la rodean que es una madre muy competente.

Cierro los ojos mientras volamos dentro de la noche y no los abro hasta que la azafata se acerca para ofrecernos auriculares.

-No, gracias -digo.

Nada de películas para mí. En las próximas horas,estaré demasiado ocupada atiborrándome de toda la tristeza que pueda.

Le he dicho a Johan que no venga a Heathrow, que cogeré un taxi hasta su casa. Pero tengo la esperanza de que venga igualmente. Aunque vivo en Manhattan, me intimidan las grandes ciudades, en especial las de otros países. Salvo por la vez que fui a Roma con mis padres, en su veinticinco aniversario de boda, nunca he salido del país. Excepto el lado canadiense de las cataratas del Niágara, pero eso apenas cuenta.

Así que siento un enorme alivio al ver que Johan me está esperando justo al otro lado de la aduana, sonriendo, con un aspecto tan juvenil y feliz como siempre. Lleva gafas nuevas, con montura de carey, como las de Buddy Holly, pero marrones. Se lanza hacia mí y me abraza muy fuerte por el cuello. Los dos nos echamos a reír.

-¡Me alegro tanto de verte! Ven, dame la maleta -dice.

-Yo también me alegro de verte a ti. -Le sonrío-. Me gustan tus gafas.

-¿Me hacen parecer más inteligente? -Se las baja hasta la punta de la nariz y adopta una pose profesoral, atusándose una barba inexistente.

-Mucho. -Suelto una risita.

-¡Estoy muy contento de que estés aquí!

-Y yo estoy muy contenta de estar aquí.

Un verano lleno de malas decisiones, pero por fin he tomado una buena. Solo ver a Johan me sosiega.

-Ya era hora de que vinieras a verme -dice, maniobrando con mi maleta de ruedas a través de la muchedumbre.

Salimos afuera, a la cola de taxis.

-No me puedo creer que esté en Inglaterra. Es tan estupendo. -Respiro mi primera bocanada de aire británico. El clima es exactamente como lo había imaginado; gris, lluvioso y ligeramente frío-. No bromeabas sobre el clima de aquí. Parece que estamos en noviembre, no en agosto.

-Ya te lo dije... En realidad hemos tenido unos cuantos días de calor este mes. Pero ya hemos vuelto a la normalidad. No da tregua. Pero te acostumbras. Solo tienes que vestirte para este tiempo.

A los pocos minutos estamos en la parte de atrás de un taxi negro, con mis maletas a los pies. El taxi es digno y espacioso, comparado con los taxis amarillos de Nueva York.

Something BorrowedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora