Capítulo 13

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Cuando vuelvo a casa de la fiesta, mi madre me sigue a la sala y me bombardea con preguntas. La informo de lo más destacado, pero es insaciable. Quiere saber cada detalle, de cada invitada, cada regalo, cada conversación.

Un flash-back me lleva de vuelta al instituto, cuando llegaba a casa, exhausta después de un día de presión académica y social y ella me interrogaba sobre cómo le había ido a Johan en el equipo de debate o a Laura en su prueba de animadora o de qué habíamos hablado en la
clase de inglés. Si yo no me mostraba muy comunicativa, se encargaba ella de llenar
los vacíos, divagando sobre su trabajo a tiempo parcial en la consulta del ortodoncista o de la grosería que Bryant Gumble había soltado en el programa Today o de que se había tropezado con mi maestra de tercero en el supermercado.

Mi madre habla por los codos y sin reservas y da por sentado que todo el mundo tiene que ser como ella, en particular su única hija.

Da por acabada su inquisición sobre la fiesta y -como no podía ser menos- pasa a hablar de la boda.

-¿Así que Lau se ha decidido por un velo? -Ordena un montón de Newsweek que hay encima de la mesa, esperando una respuesta detallada.

-Sí.

Se acerca a mí en el sofá.

-¿Largo?

-Hasta la punta de los dedos.

Bate palmas, entusiasmada.

-Oh. Le quedará maravillosamente.

Mi madre es y siempre ha sido, una admiradora entusiasta e incondicional de Laura.

Cuando estábamos en el instituto, no tenía sentido, ya que Laura nunca le dio mucha importancia a estudiar y siempre fomentó una cierta locura por los chicos.

Sin embargo, mi madre adoraba, sin reparos, a Laura, tal vez porque le proporcionaba los detalles de nuestra vida que tanto ansiaba saber. Incluso más allá de las obligadas bromas de los padres, Laura hablaba con mi madre de igual
a igual. Venía a casa después de la escuela, se recostaba en la encimera de la cocina y se comía las Oreo que mi madre había preparado para nosotras, mientras hablaba y hablaba y hablaba.

Laura le hablaba a mi madre de los chicos y chicas que le gustaban y de los pros y los contras de cada uno. Le decía cosas como: «Tiene los labios demasiado delgados; apuesto a que no sabe besar». Y a mi madre le encantaba y pedía más detalles y Laura se los daba y yo acababa marchándome a mi habitación para hacer
mis deberes de geometría. Veamos, ¿qué está mal en ese cuadro? Recuerdo que una vez, en séptimo, me negué a participar en el concurso anual de talento, aunque Laura no paraba de fastidiarme para que fuera una de las dos
bailarinas de conjunto de su extravagante versión de Material Girl. Pese a su timidez,
Abi se plegó rápidamente a sus deseos, pero yo me negué a sucumbir; no me importaba que la coreografía de Laura exigiera tres chicas, no me importaba que dijera que estaba arruinando sus posibilidades de ganar una cinta azul.

Con frecuencia, dejaba que Laura me convenciera para hacer algo, pero aquella vez no. Le dije que no gastara saliva inútilmente, que no tenía ninguna intención de poner el pie
en un escenario. Cuando Laura, finalmente, se rindió y le pidió a Brit que ocupara mi lugar, mi madre me sermoneó por no participar más en actividades de ocio.

-¿Es que no tienes bastante con mis sobresalientes? -le pregunté.

-Solo quiero que te diviertas, cariño -afirmó.

Arremetí contra ella diciendo:

-¡Lo que tú quieres es que yo sea ella!

Me dijo que no fuera ridícula, pero una parte de mí creía lo que había dicho. Ahora siento lo mismo.

Something BorrowedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora