Capítulo 6

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El sábado por la noche, cojo un taxi hasta el Gotham Bar and Grill, con mente abierta y una actitud positiva —media batalla ganada antes de cualquier cita— pensando que quizá Marcus sea ese alguien que ando buscando.

Entro en el restaurante y lo veo enseguida, sentado a la barra, vestido con unos tejanos holgados y ligeramente arrugados y una camisa azul, de cuadros escoceses, con las mangas arremangadas descuidadamente.

—Siento el retraso —digo, cuando se levanta para saludarme—. Me ha costado un poco encontrar un taxi.

—No pasa nada —dice, ofreciéndome un taburete junto al suyo.

Me siento. Sonríe, descubriendo dos hileras de dientes rectos y muy blancos. Posiblemente su mejor rasgo. Ese o el hoyuelo de la cuadrada barbilla.

—¿Qué quieres tomar? —pregunta.

—¿Tú que estás tomando?

—Gin-tonic.

—Tomaré lo mismo.

Mira hacia el camarero, tendiendo un billete de veinte hacia él y luego me vuelve a mirar a mí.

—Tienes un aspecto estupendo, Poché.

Le doy las gracias. Hace mucho tiempo que no recibía un cumplido como es debido de alguien. Se me ocurre que Daniela y yo no llegamos a la etapa de los cumplidos.

Finalmente, Marcus consigue que el camarero le preste atención y pide un Bombay Sapphire con tónica para mí. Luego dice:

—Bueno, la última vez que te vi todos estábamos bastante bebidos... Fue una noche bárbara.

—Sí. Yo no me enteré de la mitad —dije, confiando en que Daniela me hubiera dicho la verdad sobre ocultarle lo sucedido a Marcus—. Pero, por lo menos, conseguí llegar a casa antes de que saliera el sol. Laura me dijo que Daniela y tú se fueron a dormir hasta muy tarde.

—Sí. Nos quedamos por ahí un buen rato —dice Marcus, sin mirarme.

Es buena señal. Está encubriendo a su amiga, pero le cuesta mentir. Coge el cambio que le da
el camarero, deja dos billetes y algunas monedas en la barra y me alarga mi bebida—. Aquí tienes.

—Gracias. —Sonrío, remuevo la bebida y tomo un sorbo por la delgada pajita.

Una escuálida chica asiática, con pantalones de cuero y demasiado lápiz de labios le da un golpecito a Marcus en el brazo y le dice que nuestra mesa está lista.

Cogemos las bebidas y la seguimos a la zona de restaurante.

Cuando nos sentamos, nos entrega dos cartas de gran tamaño y una lista de vinos aparte.

—Su camarera estará con ustedes enseguida —dice, antes de echarse el pelo, largo y negro, hacia atrás y desaparecer.

Marcus mira la lista de vinos y me pregunta si quiero pedir una botella.

—Claro —digo.

—¿Blanco o tinto?

—Cualquiera de los dos.

—¿Vas a tomar pescado? —Mira el menú.

—Es posible. Pero no me importa tomar tinto con el pescado.

—No soy muy bueno eligiendo vinos —dice, haciendo crujir los dedos debajo de la mesa—. ¿Por qué no les echas una ojeada?

—No pasa nada. Elige tú. Lo que decidas está bien.

—De acuerdo. Me arriesgaré —dice, exhibiendo su sonrisa de «ni una sola noche he dejado de ponerme mi aparato dental».

Estudiamos la carta, discutiendo sobre lo que tiene buen aspecto. Marcus acerca más la silla a la mesa y noto su rodilla contra la mía.

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