Parte 5: El Caballero Syaoran

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— Esto va a salir muy mal — dijo Leonardo muy nervioso mientras esperaba afuera de la mansión la llegada de Cintia.

— Creo que eso empezó cuando me pediste que te acompañara ahora — dijo Warren.

— Yo no te pedí eso.

— Lo hiciste cuando te vestiste de esa manera tan horrible.

— Y sigo sin entender qué tenía de malo.

— ¡¿Quieres que te lo explique de nuevo?! — cuestionó Warren.

Durante los siguientes cinco minutos, Warren estuvo hablando sobre moda a lo que Leonardo dejó de ponerle atención. Él vestía una chamarra gris delgada, una playera negra con estampado neón de un ajolote, pantalones de mezclilla negros, una piernera y tenis negros con suela blanca.

— ¿A dónde la vas a llevar? — preguntó Warren.

— Pensaba llevarla al museo de historia natural, caminar un poco por Central Park, pero no demasiado para no agotarla y luego, tengo tres opciones para cenar con ella dependiendo de lo que elija y cuanto presupuesto tenga.

— ¿Cuánto es?

— Cien dólares y traigo otro poco más para emergencias — dijo sacando una pequeña libreta con varias notas sobre citas.

— Vaya — dijo sorprendido Warren —. No parecías el tipo de persona que se prepara mucho.

— Así soy — respondió Leonardo mientras se ponía sus lentes —. Mi familia siempre intenta ser precavida, así que me lo fui haciendo, pero solo un poco más.

— Leo — dijo Cintia nerviosa.

Al voltear a verla, Leonardo quedó maravillado por su belleza. Su cabello estaba amarrado en una cola de caballo, una blusa verde con un moño amarillo, falsa azul con líneas doradas, medias negras y zapatos grises.

— T-te vez m-muy bien — dijo Leonardo nervioso.

— Gracias, tú también — respondió ella nerviosa —. ¿Nos va a acompañar Warren?

— ¿Yo? No, solo... ando viendo las estrellas — respondió el chico que se fue rápidamente.

— Bueno, es hora de irnos — dijo llevándola a la camioneta de los X-men —. Intenté pedirle a Scott su auto, pero me dijo que no.

— Así está bien — dijo Cintia —. No sabía que tenías licencia.

— Cuando cumplí quince años, mi papá me enseñó a manejar y hace unos días saqué mi permiso de conducir — explicó Leonardo quien le abrió la puerta a Cintia —. Las damas primero.

Ella sonrió y se fue junto a ella de la mansión.

— Si quieres algo en el camino, dime, yo invito — dijo Leonardo.

— Ah, gracias, eres muy amable.

— Mi madre me enseñó a respetar a las mujeres y a ser caballeroso.

— Eso es muy bueno, tu madre fue muy buena entonces.

— Sí, lo fue.

Repentinamente, Leonardo dejó de hablar y se concentró solamente en manejar a lo que Cintia también permaneció en silencio.

A las cinco y media de la tarde, llegaron al museo de historia natural lo cual le devolvió la emoción a Leonardo.

— Espero que te guste esto — dijo el chico.

— Lo mismo digo.

Ambos entraron al edificio sorprendiéndose por las exhibiciones que había, siendo la principal la sala de minerales sobre meteoritos que es lo que más llamó la atención de Cintia.

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