OLIVIA

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Jamás se me olvidará cómo conocí a Leo Valdez. Porque literalmente me cayó del cielo, parodiando así la canción It's raining men, aleluyah. Aunque de Aleluyah no tenía nada.

Todo empezó, como siempre, por Percy. Curioso, porque en aquellos momentos Percy no se encontraba aquí. No es que hubiera muerto -o eso esperábamos-, simplemente había desaparecido.

Annabeth se había quedado destrozada, más de una noche la había pillado despierta, sentada en una de las múltiples mesas de trabajo de nuestra cabaña, llorando. Siempre tenía un mapa con ella, con tachones y notas que indicaban todas las posibles localizaciones de Percy. Me daba pena, más de una vez me había quedado despierta con ella, ayudándola y tratando de consolarla; pero ella siempre limpiaba sus lágrimas y me aseguraba que todo estaba bien.
¿Cómo podía estar bien? Su novio había desaparecido de la noche a la mañana, literalmente hablando. Una noche, tras dar un paseo y despedirse con un beso, eran una pareja feliz; y a la mañana Percy no se encontraba en su cabaña, ni en el campamento, ni siquiera había vuelto a casa. Nadie sabía dónde estaba.

Annabeth se había vuelto loca buscando a Percy, ninguna búsqueda había surtido efecto. Hasta que consiguió una pista, una visión para ser exactos, en dónde le indicaba que debía ir al Gran Gañón, y buscar al chico sin zapato.
Me acordaba de la esperanza que había en sus ojos cuando salió con Butch, el hijo de Iris, ambos dispuestos detrás de un carro tirado con pegasos para emprender la pequeña misión de búsqueda.

Aparecieron unas horas después, estrellándose directamente contra el lago. Butch consiguió cortar los arneses de los pegasos, ayudándolos a salir del agua, Annabeth había también salido a la orilla al igual que dos chicos: uno era alto y pálido, de cabello rubio cortado corto y ojos azules, tenía un corte en el labio; el otro era totalmente distinto: bajito, latino de piel morena, sonrisa pícara y y cabellos rizados morenos.
Pude apreciar a una chica aún en el agua, por lo que me acerqué a ella y la ayudé a salir. Tenía rasgos nativos indígenas, con el cabello cortado a capas desiguales y de ojos muy curiosos, ya que no parecían ser siempre del mismo color: ahora azules oscuros, ahora verdes grisáceos.

—¿Te encuentras bien? —pregunté, ella, aún conmocionada por haber caído desde un carro volador a un lago helado, miró a todos lados y asintió con la cabeza. Su cuerpo temblaba. —¡Traedme una manta!

Unos chicos de Apollo acudieron a mi petición. Al mismo tiempo, Will se acercó a Annabeth.

—Annabeth, te dije que podías tomar prestado el carro, ¡no destruirlo! —indicó el jefe de la cabaña siete.

—Lo siento Will.

Will miró a los nuevos mestizos, levemente sorprendido.
—Tienen más de trece años, ¿aún no han sido reclamados? —Annabeth negó, dejando a aquellos tres confundidos.

—¿Algún rastro de Percy? —interrumpí.

Mi hermana puso sus ojos grises, iguales a los míos, sobre mi. Supe la respuesta incluso antes de que me la dijera. No había nada de Percy en el Gran Cañón.
Justo en aquel momento Drew llegó a mi, sosteniéndome con solo su dedo índice y pulgar sin querer estropearse la manicura, una manta vieja y dándomela sin ganas. Parecía no estar interesada en nada de lo que estaba ocurriendo en aquellos momentos, hasta que sus ojos se posaron sobre el chico rubio. Una sonrisa de arpía desalmada se plasmó en sus labios pintados con su labial. Rodé los ojos fastidiada, ya iba a ir a por otro chico.

Pobrecito, la que le espera si cae en las garras de Drew.

Arropé a la chica, dándome cuenta que miraba de malas maneras a la hija de Afrodita. Seguramente ella y el rubiales estaban en una relación, o por lo menos le gustaba. Drew pareció notar la mirada, pero en lugar de echarse para atrás, solo le hizo tener más interés en el chico. De inmediato supe que esas dos no iban a levase bien.

χαρμολύπη [Charmolipi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora