OLIVIA

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Cuando llegamos a nuestra próximo destino no planeado, consideré realmente si el destino se estaba burlando de mí. Habíamos caído en Buford, una pueblo al norte de Atlanta en el estado de Georgia. Me había despertado después de casi medio día de haber estado inconsciente. Y de haber sabido que estábamos en el pueblo nombrado del mismo modo que la mesilla de Leo, habría preferido seguir estando dormida. Fue como si mi memoria me proyectara un montón de recuerdos de Leo que se clavaron en mi corazón.

Le echaba de menos. No le había podido mandar ningún mensaje iris. No es porque, no solo, no funcionaban del todo correctamente, sino porque no sabía con que cara mirarle. Me había confesado sus sentimientos, me había besado de tal modo que me había quitado el aliento, y yo... no fui capaz de decirle que le amaba de vuelta y me marché.
En más de una vez me había pillado a mi misma mandándole un "Te quiero" en condigo morse, tal como él me los había mandado a mi durante meses. Dioses, le echaba tanto de menos que el nombre Buford me hacía pensar en él. Maldito Buford.

Habíamos comprado un botiquín de urgencia, un cuaderno de papel (para que el entrenador Hedge pudiera escribir más mensajes en aviones de papel a su esposa), comida basura y refrescos (porque la mesa de banquete de la nueva tienda mágica de Reyna solo ofrecía comida saludable y agua fresca), y artículos de camping variados para las inútiles pero increíblemente complicadas trampas para monstruos del entrenador Hedge. Ah, y claro, ropa limpia de San Juan. Me dolían los ojos ver a Nico con una camiseta tropical de la ISLA DEL ENCANTORICO. Reyna se negaba a ponerse una, yo no tuve muchas opciones más. Mi ropa había quedado llena de sangre, tierra y agua, me sentía sucia y asquerosa cuando llevaba aquellos ropajes.

El pueblo de Buford propiamente dicho era una serie de cobertizos metálicos portátiles: seis o siete, que probablemente también era el número de habitantes. Al parecer, la Atenea Partenos había querido que visitásemos un lugar con valor educativo porque había aterrizado justo al lado de un poste indicador que rezaba: MATANZA DE BUFORD, en un cruce de grava perdido en el medio de la nada.

Aurum y Argentum jugaban en el bosque con uno de los balones de balonmano del entrenador. Desde que las amazonas los habían reparado, los perros metálicos habían estado juguetones y llenos de energía, a diferencia de su dueña. Reyna estaba sentada con las piernas cruzadas en la entrada de la tienda de campaña mirando el obelisco conmemorativo. No había hablado mucho desde que habíamos escapado de San Juan hacía dos días.
Nico y el entrenador nos habían dejado en el campamento, mientras ellos iban a comprar comida. Pero en todo el tiempo en el que estuvimos solas, no dijimos mucho más allá de tratar de averiguar dónde nos encontrábamos.

La chica alzó la vista cuando ellos se acercaron.

—¿Habéis podido averiguar en qué lugar histórico estamos? —preguntó Hedge, asentí.—. Bien, porque me estaba volviendo loco.

—La batalla de Waxhaws —dije.

—Ah, claro... —Hedge asintió sabiamente—. Fue un combate sangriento.

—En 1780 —dije —. La revolución de las Trece Colonias. La mayoría de los líderes de las colonias eran semidioses griegos.

—Los generales británicos eran semidioses romanos. —concluyó Reyna.

—Porque Inglaterra era como Roma en aquel entonces —dedujo Nico—. Un imperio emergente.

No se cómo empezamos con la conversación, cuando quise darme cuenta, Reyna, Nico y yo pasamos de hablar de la batalla de Waxhaws a hablar sobre nuestras cosas. El pasado de la familia Ramirez-Arrellano, el chófer zombie de Nico, toda la estadía en prisión de mi padre. A medida que hablábamos de nuestro problemas con nuestras figuras parentales, parecía que los tres fortalecíamos el lazo que habíamos formado mediante aquel viaje. Fue agradable que el Entrenador Hedge nos hubiera dejado un rato solos para hablar, mientras él seguía enviando mensajes en sus aviones de papel.

χαρμολύπη [Charmolipi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora