LEO

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Lo típico. Justo cuando había terminado las reparaciones, una gran diosa de la tormenta llega para soltar las arandelas del barco de un porrazo. Después de su encuentro con Cimopo-cómo-se-llamase, el Argo II surcó con dificultad el mar Egeo, demasiado deteriorado para volar, demasiado lento para dejar atrás a los monstruos. Luchábamos contra hambrientas serpientes marinas cada hora. Atraíamos bancos de peces curiosos. Hubo un momento en el que encallamos en una roca, y Percy y Jason tuvieron que salir a empujar.

Cada vez que escuchaba el sonido asmático del motor, tenía ganas de llorar. Después de tres largos días, por fin conseguí hacer funcionar el barco más o menos- Justo cuando llegamos al puerto de Míkonos, lo que debía de significar que había llegado el momento de que nos dieran otra paliza.

Percy y Annabeth desembarcaron para reconocer el terreno, mientras que yo me quedé en el alcázar poniendo a punto la consola de control. Estaba tan absorto en el cableado que no me di cuenta de que el destacamento de desembarco había vuelto hasta que Percy dijo:
—Eh, colega. Helado.

Enseguida me sentí mejor. Toda la tripulación se quedó sentada en la cubierta, sin tener que preocuparse por tormentas ni ataques de monstruos por primera vez en días, y comimos helado. Bueno, todos menos Frank, que era intolerante a la lactosa. Él se comió una manzana.

Hacía un día caluroso de mucho viento. El mar relucía a causa de lo agitado que estaba, pero había reparado los estabilizadores para que Hazel no se mareara demasiado. Hacia el lado de estribor, la ciudad de Míkonos se alejaba formando una curva: una colección de edificios de estuco blancos con tejados azules, ventanas azules y puertas azules.

—Hemos visto unos pelícanos andando por la ciudad —informó Percy—. Entraban en las tiendas, se paraban en los bares...

Hazel frunció el entrecejo.
—¿Monstruos disfrazados?

—No —dijo Annabeth, riéndose—, eran pelícanos normales y corrientes. Son las mascotas de la ciudad o algo por el estilo. Y hay una parte de la ciudad en plan Little Italy. Por eso el helado está tan bueno.

—Europa es un lío —sacudí la cabeza, sonriendo como solía hacer cuando decía un comentario tonto—. Primero fuimos a Roma a buscar la plaza de España. Ahora venimos a Grecia a buscar helado italiano.

Me comí mi helado doble de delicia de chocolate y traté de imaginarme que nos encontrábamos de vacaciones. Pero en mi imaginación, Olivia estaba a mi lado, disfrutando de su helado de limón y tomándome de la mano. La idea de que algún día eso pudiera a llegar a suceder de verdad, me hizo desear que la guerra terminase y todo el mundo estuviera vivo. Cosa que también me puso triste.
Era 30 de julio. Faltaban menos de cuarenta y ocho horas para el día G, cuando Gaia, la princesa del agua de retrete portátil, despertaría en todo su esplendor terrestre. Lo raro era que cuanto más nos acercábamos al 1 de agosto, más optimistas nos encontrábamos. Tal vez « optimistas» no fuera la palabra adecuada. Parecía que nos estuviéramos relajando para dar la última vuelta al circuito, conscientes de que los siguientes dos días determinarían la victoria o la derrota. No tenía sentido andar con cara mustia cuando te enfrentabas a la muerte inminente. El final del mundo hacía que el helado supiese mucho mejor.

Claro que el resto de la tripulación no había estado en los establos conmigo, hablando con la diosa de la victoria Niké durante los últimos tres días...

Piper dejó su tarrina de helado.
—Bueno, la isla de Delos está justo al otro lado del puerto. El hogar de Artemisa y Apolo. ¿Quién viene?

—Yo —dije de inmediato. Todos me miraron fijamente. —¿Qué? Ahora que Olivia no está, alguien debe ser el diplomático del grupo. Frank y Hazel se han ofrecido para acompañarme.

χαρμολύπη [Charmolipi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora