OLIVIA

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Aparecimos en el Argo II de forma....peculiar.
Hazel cargando una gran lámina de bronce celestial, Leo tratando de parecer un malote pero versión cutre, y yo con flores en mi cabello, una camiseta que ponía Team Leo, completamente descalza y cara de pocos amigos a pesar de mi aspecto de hippie. Ah, y los tres subidos a un caballo supersónico.

—Dioses del Olimpo —Piper se quedó mirando a Leo—. ¿Qué te ha pasado?

—Es una larga historia —dijo el chico—. ¿Han vuelto los demás?

—Todavía no —contestó Piper.

Leo soltó un juramento. Entonces reparó en que Jason estaba incorporado, y se le iluminó la cara.

—¡Eh, tío! Me alegro de que te encuentres mejor. Estaré en la sala de máquinas. —se marchó corriendo con la lámina de bronce, dejándonos a nosotras en la cubierta.

Hazel era incapaz de mirarme a la cara, sus mejillas estaban rojas y si antes era capaz de aguantarnos la mirada a mi o a Leo dos segundos, ahora no.
Piper nos miró arqueando una ceja. No sabía bien que podía estar pensando, pero parecía intuir que había algo extraño entre los tres.

—¿Qué...? —cuestioné.

—Os noto raras, a los tres. ¿Qué ha pasado?

Hazel me miró, sus mejillas estallaron y empezó a abanicarse con la mano.
—Yo...esto...hemos conocido a Narciso —dijo Hazel, una afirmación que no explicaba gran cosa—. También a Némesis, la diosa de la venganza. Y...y...

Solo eso me bastó para saber que Hazel había visto la escenita del beso. Y bueno, supongo que viniendo de los años cuarenta, un beso en público debía ser todo un escándalo.

—No mucho más, enfadamos a unas ninfas y ya. —interrumpí, y entonces miré mis pies descalzos. —Si me disculpáis, voy a cambiarme.

En el tiempo que tardé en cambiarme, el grupo de Frank, Percy y Annabeth habían vuelto, cubiertos de alquitrán, y el Argo II se había tambaleado bastantes veces por culpa de las ninfas. Por suerte Percy fue capaz de tranquilizarlas, por así decirlo, mientras Leo terminaba las reparaciones.

Solamente debía cambiarme, no tomaba tanto tiempo, pero en realidad tomaba el valor para volver a ver a Leo. Siempre me había considerado una chica valiente, que se enfrentaba a todo lo que pudiera haber por delante. ¿Una guerra? Dadme una espada, que me enfrento a quien sea. ¿Entrenar a nuevos mestizos? Saco toda la paciencia que puedo y te hago unos pequeños grandes guerreros. ¿Alimentar a los pericos de mi tía? Tu dame tiritas que las voy a necesitar y listo.
Pero esto no lo podía aceptar, porque significaría que Afrodita tendría razón, y no quería que la tuviera.

No podía dejar de pensar en los cálidos labios de Leo sobre los míos. ¿Porqué diablos le había besado? Había mejores modos de demostrarle a Narciso que besar a Leo. Lo peor fue que fui capaz de sentir el fuego en mi pecho, quemaba tanto que dolía, pero extrañamente también era liberador. Y odiaba reconocer que me había gustado besar a Leo.
Para más tortura, mi camarote era el más cercano a la sala de máquinas. El cual en aquellos momentos sonaba como si Leo y los otros chicos estuvieran danzando un baile irlandés con yunques atados a los pies. Cosa que me encabronó en un inicio, pero que con el paso de algunos minutos empecé a detectar un ritmo en el ruido. No era la primera vez que escuchaba aquel ritmo, lo había memorizado después de seis meses trabajando con Leo en el Búnker 9. Pero aún no sabía que significaba.

Después de lo que parecieron horas, el motor empezó a zumbar. Los remos crujieron y chirriaron, y noté que el barco se elevaba en el aire. El balanceo y el temblor cesaron. En el barco no se oía nada a excepción del zumbido de la maquinaria.

χαρμολύπη [Charmolipi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora