Un detalle sobre Jules-Albert: nunca reaccionaba de forma emocional. Podía pasarse todo el día en un atasco en la ciudad sin perder la paciencia. Era inmune a la conducta agresiva de los conductores. Incluso podía ir derecho a un campamento de centauros salvajes y conducir entre ellos sin ponerse nervioso.
El todoterreno se abrió paso, haciendo sonar el claxon cuando era necesario. De vez en cuando un centauro miraba furiosamente a través de la ventanilla del lado del conductor, veía al conductor zombi y retrocedía sorprendido.—Por las hombreras de Plutón —murmuró Dakota—. Han llegado todavía más centauros de la noche a la mañana.
—No establezcáis contacto visual —advirtió Leila—. Para ellos es como desafiarlos a batirse en un duelo a muerte.
Miraba fijamente al frente mientras el todoterreno se abría paso. Estaba furioso. Octavio había rodeado el Campamento Mestizo de monstruos.
Es verdad que tenía sentimientos encontrados con respecto al campamento. Allí me sentía rechazado, fuera de lugar, ni querido ni deseado... Pero en ese momento estaba a punto de ser destruido y me di cuenta de lo importante que era para mí. Ese sitio había sido el último hogar que Bianca y yo habíamos compartido: el único lugar en el que nos habíamos sentido a salvo, aunque solo hubiera sido temporalmente.Tomamos una curva del camino y apreté los puños. Más monstruos..., cientos más. Hombres con cabezas de perro rondaban en grupos, con sus alabardas brillando a la luz de las fogatas. Más allá se apiñaba una tribu de hombres con dos cabezas vestidos con harapos y mantas, como si fueran indigentes, pero armados con una peligrosa colección de hondas, cachiporras y tuberías metálicas.
—Octavio es idiota —susurré—. ¿Cree que puede controlar a esas criaturas?
—No paraban de aparecer —dijo Leila—. Antes de que nos diésemos cuenta... Mira.
La legión estaba formada al pie de la Colina Mestiza, con las cinco cohortes perfectamente ordenadas y los estandartes resplandecientes y orgullosos. Águilas gigantes daban vueltas en lo alto. Las armas de asedio (seis onagros dorados del tamaño de casas) estaban dispuestas detrás de un amplio semicírculo, tres en cada flanco. Pero a pesar de su imponente disciplina, la Duodécima Legión se veía tan pequeña que daba lástima, una mancha de valor semidivino en un mar de monstruos voraces.
Deseé seguir teniendo el cetro de Diocleciano, pero dudaba que una legión de guerreros muertos hiciera mella en ese ejército. Ni siquiera el Argo II podría hacer gran cosa contra ese tipo de fuerza.
—Tengo que inutilizar los onagros —dije—. No tenemos mucho tiempo.
—No podrás acercarte —me advirtió Leila—. Aunque consiguiéramos que la Cuarta y la Quinta Cohorte enteras nos siguieran, las otras cohortes tratarían de detenernos. Y los seguidores más leales de Octavio manejan esas armas de asedio.
—No nos acercaremos por la fuerza —convine—. Pero solo sí que puedo hacerlo. Dakota, Leila, Jules-Albert os llevará a las líneas de la legión. Marchaos, hablad con vuestras tropas y convencedlas de que sigan vuestro ejemplo. Necesitaré una distracción.
Dakota frunció el entrecejo.
—Está bien, pero no pienso hacer daño a ninguno de mis compañeros de la legión.—Nadie te pide que lo hagas. Pero si no detenemos esta guerra, la legión entera será aniquilada. ¿No dijiste que las tribus de monstruos se ofenden fácilmente?
—Sí —dijo Dakota—. Por ejemplo, si le haces cualquier comentario a esos tíos con dos cabezas sobre cómo huelen... Ah —sonrió—. Si empezáramos una pelea, sin querer, claro está...
—Cuento con vosotros —dije.
Leila frunció el entrecejo.
—Pero ¿cómo vas a...?—Me voy a pasar a la oscuridad —desaparecí entre las sombras. —Suerte.
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χαρμολύπη [Charmolipi]
Hayran KurguCharmolipi es una palabra formada por los términos griegos que designan alegría y pena o tristeza. Es difícil de traducir, pero transmite un sentimiento agridulce y el concepto de tener sentimientos encontrados sobre algo. Y es que eso mismo sucedía...