EPÍLOGO

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Juré que nunca pisaría aquel lugar de nuevo. Los malos recuerdos afloraban mi mente siempre que me invadía la idea de ir al Centro Correcional en Columbia, dónde mi padre estaba preso. No había vuelto allí desde hacía años, y había hecho todo lo posible para evitar volver. Ni siquiera iba en Navidad, o en el cumpleaños de mi padre para felicitarle. Tía Maddie había intentado muchas veces que la acompañase en los días de visita, pero yo me negaba a ir.
Le guardaba aún un fuerte rencor a mi padre. No solamente fue el hecho de que él me abandonó cuando aún era una niña que necesitaba de sus cuidados, por una mujer que solo le manipuló; sino que fue el hecho de que fue como si el pedestal en el que tenía a mi padre se desmoronase en dos segundos. Cuando supe que mi madre era Atenea, atraída solamente por aquellos que tenían un intelecto elevado, me hizo cuestionarme como la diosa de la sabiduría había terminado enamorándose de mi padre, que perdió la cordura por el poder. ¿Cómo había podido ser tan estúpido? ¿Tan débil era la fuerza de voluntad de mi padre como para ser corrompido por el poder de forma tan fácil?
No... también está el hecho de que yo misma era de mente débil ante el poder. Era mi defecto fatídico. Me gustaba sentirme poderosa, y siempre había envidiado a las personas que tenían el poder. Por eso admiraba a Annabeth, por eso había hecho buenas amistades con Reyna. Quería mantenerlas cerca de mi, no solo porque eran mis amigas, sino porque quería impregnarme de esa aura poderosa que emanaban. Haría lo que sea por ser y sentirme así: quería ser poderosa.
Por eso debía recordarme a mi misma la humildad o sino lo perdería todo. Y mi padre era lo que me volvía a poner los pies en la tierra. Seguía siendo su hija, me gustase o no, y tenía más de él de lo que me gustaría reconocer. Pero yo no quería acabar como él. Ya sea como la delegada de clase, ya sea como la segunda al mando en la cabaña de Atenea cuando Annabeth no estaba, o como la actual diplomática de Minerva; cuando me sentía tan cómoda en la piel de jefa, me recordaba a mi misma la historia de mi padre, y entonces sabía cuando estaba sorbrepasando mis límites y que debía parar.

Pero una cosa era recordar a mi padre y otra cosa era visitarlo.
En todos aquellos años solamente había acudido una vez a aquel lugar, y fue tan malo que me prometí a mi misma que no volvería. Pero acababa de sobrevivir a otra guerra, había hecho un viaje de locos, y había cambiado. Después de perder a Leo -y agradecía a los dioses por haberlo recuperado-, y de compartir nuestras problemas padre-hijo con Reyna y Nico cuando estuvimos en Bufford, pensé mucho. Como semidiosa tenía más posibilidades se fallecer primero que mi padre, ¿realmente iba a estar enfadada con mi padre por el resto de mi vida?
Annabeth también había tenido problemas con su padre, pero lo habían arreglado. E incluso el profesor Chase había acudido al rescate cuando secuestraron a su hija, sin importarle nada.

Quería arreglar las cosas con mi padre, sin embargo eso no evitaba que estuviera nerviosa.

Después de pasar el control de seguridad, para asegurarse de que no llevábamos nada que supusiera un peligro, el guardia nos dejó pasar a la sala de visitar. El ambiente en el interior era bastante tenso pero Leo, como siempre, trató de aligerarlo con una sonrisa y uno de sus comentarios bromistas.

—Vaya, deberían considerar decorar el sitio con algunas plantas, ¿no crees?

Le dediqué una sonrisa tensa. Miré la sala gris y triste a mi alrededor, decorada, a parte de los barrotes, por mesas redondas típicas de las cafeterías de los institutos. Algunas mesas ya estaban ocupadas por los visitantes y los presos, otras pocas estaban libres. Y después estaba la nuestra a la espera de que la persona a quien habíamos venido a visitar aceptase la quedada.

Mi pierna no paraba de repiquetear contra el suelo. Leo, sentado a mi lado, puso su mano en mi muslo y lo apretó un poco, deteniendo el movimiento. Le miré, sintiéndome calmada de inmediato.

Habían pasado dos meses desde que la batalla finalizó. En todo este tiempo, Leo y yo habíamos estado bastante ocupados, yo con mi nuevo puesto como diplomática y Leo como el constructor jefe del campamento y de la cabaña de Hefesto. El pobre se pasaba el día en el Búnker 9, con Annabeth y Jason, diseñando los nuevos templos que se iban a construir para representar a los dioses menores en ambos campamentos. Y yo me pasaba casi todas las semanas en el Campamento Júpiter, junto a Nico y Reyna para empaparme de las costumbres romanas y ejercer mi nuevo trabajo.
Cuando nos veíamos, una vez a la semana, nos encerrábamos en el Búnker 9, nos metíamos en una sala al fondo y allí disfrutábamos de la compañía del otro. Habíamos montado su espacio personal en aquella habitación que antes solo era usada para almacenar tornillos (pero que gracias a mi organización aquel invierno, conseguí encontrar un lugar para aquellas piezas y ahora la sala era toda nuestra). Leo había arreglado la radio, por lo que nos pasábamos las horas bailando Don't go breaking my heart.
Era mi momento favorito de la semana. Era cuando podía dejar de lado esa Olivia dura y fuerte y podía dejarme mimar entre sus brazos. Nunca había sido de abrazos, pero desde que Leo resucitó, me había vuelto adicta a ellos. Tenía miedo a no dárselos, que fuese el último y que Leo fuese a desaparecer de nuevo. Pero cuando estaba siendo abrazada por Leo, mientras él me dejaba mensajes en código morse en mi piel y yo trataba de descifrarlos, sentía que todo estaba bien. Y, cómo no, mi mensaje favorito era el "Te quiero".

χαρμολύπη [Charmolipi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora