OLIVIA

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La situación era un completo caos, cómo cualquier otra guerra.

Un enorme ejército de monstruos se desplegado a través de las colinas, cynocephali, hombres de dos cabezas, centauros salvajes, ogros y otras criaturas cuyo nombre ni siquiera conocía. En la cumbre de la Colina Mestiza, congregado a los pies de la Atenea Partenos, se hallaba el ejército principal del Campamento Mestizo junto con la Primera y la Quinta Cohorte, reunidos alrededor del águila dorada de la legión.
Las otras tres cohortes romanas estaban en formación defensiva a varios metros de distancia y parecían las más afectadas por el ataque. Vi a Nico en las primeras líneas con los griegos, abriéndose paso a espadazos entre una multitud de hombres de dos cabezas. A escasa distancia, Reyna se hallaba montada a horcajadas en un nuevo pegaso, con la espada desenvainada. Gritaba órdenes a la legión, y los romanos la obedecían sin rechistar, como si nunca se hubiera marchado.

Estaba en el grupo pequeño, defendiéndome con mi daga. Si no nos juntábamos con el resto del grupo, íbamos a morir.

De repente escuché un rugido. Cómo fuese otro monstruo, me hubiera cabreado, tenía monstruos por cinco vidas enteras, pero sonreí al reconocer al enorme dragón gris que volaba con unos pasajeros en sus garras. Annabeth en una garra gritando « ¡A por ellos!» y Percy en la otra chillando « ¡Odio volar!» .
Saltaron cuando la distancia fue menos mortal, a unos escasos metros de nuestra posición. Rápidamente me uní con ambos, con una sonrisa feliz en mis labios. Había vuelto a ver a mi hermana, así que confiaba en que habían conseguido vencer a los gigantes en Grecia. ¡Mi hermana era genial! Y el resto del grupo, claramente. Todos eran unos auténticos héroes y heroínas.

Pero mi corazón aún seguía intranquilo. Había alguien más que deseaba ver con todo mi corazón. Supuse que aún seguiría en el Argo II, aunque aún no había rastro de este.

—¡Bonita reunión familiar, Annabeth! —sonreí, uniendo nuestras espaldas para cubrirnos.

—¡Lo mismo digo, Olivia! —me devolvió la sonrisa, alzando su espada de diente de drakon en riste.

—¿Para mi no hay un "¿Bienvenido a casa"? —chilló Percy. —¡Llevo meses desaparecido y me recibe una guerra, fantástico!

—¡Eso para después, sesos de alga! —los tres nos lanzamos a luchar.

Inevitablemente, mis ojos empezaron a recorrer toda la batalla. Vi a Jason, a Frank, a Hazel, al resto de mestizos pelear valientemente. Pero no vi a mi mestizo. ¿Dónde estaba Leo? De pronto, el aire se volvió más caliente. El Argo II surcaba el cielo envuelto en una bola de fuego, desprendiendo trozos ardientes de mástil, casco y armamento. Era como si Zeus se hubiera puesto a jugar el rugby y el Argo II hubiera sufrido la mala suerte de ser el balón. Sabía que Leo seguía en el barco. Intenté mantener la esperanza, era inmune al fuego, él conseguiría llegar a la batalla.
El barco-cometa desapareció detrás de las colinas del oeste. Esperé aterrorizada el sonido de una explosión, pero no oí nada por encima del rugido de la batalla.

—¡Olivia, cuidado! —me agaché justo cuando escuché el grito de advertencia de Percy. Él saltó y le dio un corte en el torso a uno de los dos hombres con dos cabezas.

Sacudí mi cabeza. Una distracción me podía costar la vida. Tomé con más fuerza mi daga, y arremetí contra nuestros adversarios.

Hicimos retroceder poco a poco a los enemigos. Los centauros salvajes se caían. Los hombres con cabeza de lobo aullaban al ser reducidos a cenizas. Siguieron apareciendo más monstruos: karpoi, espíritus de los cereales que salían de la hierba en forma de remolinos; grifos que caían del cielo; humanoides de barro llenos de bultos que hacían pensar en unos malvados muñecos de plastilina.
Estaba claro que Gaia se había reservado algunas sorpresas.

χαρμολύπη [Charmolipi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora