LEO

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Algo andaba mal con Olivia. No necesitaba ser el Oráculo de Delfos para saberlo.

Olivia no era la chica más comunicativa, eso me había quedado en claro desde el día en el que la conocí. Pero desde que volví de mi misión, había estado aún más arisca. Aquella noche en la que arreglamos a Festo, habíamos conversado, o por lo menos yo había hablado. Olivia me había comentado algunas cosas, pero esta vez solo me hablaba por lo necesario. Y eso que habían pasado tres meses desde que iniciamos la contrucción del Argo II.

Giré mi cabeza un poco, viendo su espalda encorvada sobre la mesa de trabajo. Sus manos trabajaban a una velocidad impresionante, sin parar ni un solo segundo mientras pasaba el plano del barco con los nuevos ajustes que le estábamos añadiendo. Agradecía enormemente su ayuda, yo no era hábil con los números, con mi nivel de hiperactividad, empezaba por un 2+2, me distraía, y terminaba realizando una ecuación matemática nivel ingeniería de la NASA, sin saber bien cómo había terminado en aquella situación. Yo simplemente sentía la maquinaria, sabiendo inmediatamente lo que debía hacer.

—¿Puedes parar?  —soltó de golpe Olivia, interrumpiendo el silencio que nos rodeaba en el Búnker 9.

Su pregunta me sorprendió, ya que no me esperaba que hablase.

—¿Qué? —no sabía porque me estaba diciendo que parase de hacer algo.

Solo así detuvo de escribir, girándose a verme.
—Tu mano, llevas media hora dando golpecitos a la mesa.

No me percaté de lo que estaba haciendo hasta que Olivia me lo había dicho, inconscientemente repetí los golpecitos con la llave inglesa que tenía en mi mano, reconociendo lo que estaba haciendo y diciendo.
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Mis mejillas explotaron en color rojo. Abrí la boca, pero no fui capaz de emitir sonido alguno. Mi madre me había enseñado el código morse cuando era muy pequeño, siempre nos comunicábamos en aquel código cuando nos encontrábamos en su taller. Desde que murió, habían sido muchas las veces en las que había repetido aquel mismo mensaje, inconscientemente, sin embargo siempre lo había expresado cuando me encontraba solo. Esta era la primera vez en la que lo expresaba a alguien más. Mis propios instintos y subconsciente me estaba delatando.

—¡Dioses, Leo, tu cabello! —Olivia pareció por un segundo espantada, acercándose a mi en pánico y buscando algo con la mirada, terminó tomando un paño cubierto de grasa que se encontraba cerca de mí.

No me había percatado de que mi cabello había empezado a arder tras lo ocurrido. Antes de que Olivia me empezase a golpear con el paño, me obligué a calmarme a mi mismo. Empecé a pegar golpes a mi cabello, apagando mi cabello y solo dejando tras de mi pequeño incendio capilar un rastro de humo y olor a quemado.

Los pasos de Olivia la habían conducido a mi, quedándose de pie justo a mi lado. Pensé que, viendo que ya no me estaba quemando, iba a volver al trabajo, pero se quedó quieta mirándome. Iba a preguntarle por qué me miraba tanto, pero antes de poder decir nada, alzó su mano y enredó sus dedos entre mis rizos. Parecía analizar mi cabello con peculiar atención.
—¿No te duele?  Cuando empiezas a arder, quiero decir.

—Ah... —al fin fui capaz de pronunciar palabra. —No, en realidad no, solamente siento un cosquilleo.

Casi por inercia, levanté mi mano derecha, y a los pocos segundos esta empezó a emitir una suave llama. Por unos pocos segundos nos quedamos en silencio contemplando la llama que chisporroteaba en la palma de mi mano. Casi parecíamos ser las típicas parejas que se iban de camping y se quedaban en silencio disfrutando de tostar malvaviscos en la fogata. Pero nosotros no solíamos tener esta dicha de paz. ¿Cuanto tiempo hace que no me siento cómo un adolescente normal y corriente? Sin tener que huir, con un hogar normal, una familia amorosa... desde que perdí a mi madre.

χαρμολύπη [Charmolipi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora