2

674 69 2
                                    


Emma salió rápidamente del hotel y corrió hacia el punto de recogida del autobús panorámico cercano a la universidad para el que había comprado entrada. Apenas si le había dado tiempo a tomar un café en el desayuno, no entendía cómo, a pesar de ponerse la alarma tres veces, siempre se le acababan pegando las sábanas.

El autobús estaba a punto de marchar cuando llegó. Subió con cuidado de no tropezar por las escaleras y se sentó en el único asiento que quedaba libre, al lado de una mujer morena ataviada con un abrigo del mismo color que su pelo.

La mujer la miró frunciendo el ceño.

-Lo siento, es el único que queda libre- se excusó al sentirse escrutada por una no muy amigable mirada de color marrón chocolate.

Su compañera de autobús giró la cabeza sin decir nada y comenzó a prestar atención a los edificios.

Emma conocía bien la ruta que seguía el autobús, pero no por eso disfrutó menos de la experiencia. Le resultaba relajante contemplar desde lo alto del vehículo una gran ciudad como era Philadelphia y aunque a veces perdía el hilo de la voz que salía por el megáfono colocado en la parte delantera, siempre aprendía algo nuevo de la explicación del guía. Lo cual podría parecer extraño puesto que ya había montado varias veces, pero las pequeñas lagunas de memoria eran algo habitual y nada preocupante en su vida. O por lo menos no le preocupaban a ella. Cómo iba a preocuparse por algo tan banal como los datos de Philadelphia si le costaba recordar cómo había comprado su precioso apartamento de Brooklyn.

A veces se preguntaba si algún acontecimiento traumático bloqueado por su mente era el causante de que algunos recuerdos fuesen tan difusos como si los hubiese soñado. Durante un tiempo había ido a terapia para esclarecer lo que le pasaba pero no había conseguido ningún tipo de resultado, sólo más frustración. Así que había decidido convivir con ello; si había algunos recuerdos distorsionados en su mente tenía que aceptarlo sin obsesionarse con la causa.

Tras tres horas de recorrido decidió bajarse del autobús e ir caminando unas manzanas de vuelta a la universidad donde Henry no tardaría en acabar su visita. Por el camino paró a por un Pumpkin Latte, su favorito de otoño, y un donut recubierto de crema de toffe. Disfrutaba dar paseos a solas mientras se daba algún capricho dulce.

Al llegar al punto de encuentro con Henry vio que este todavía estaba ocupado; un grupo de adolescentes de unos 16 años le rodeaban. Se fijó en tres mujeres que permanecían un poco apartadas y la cuales supuso que serían las responsables de los menores. Una de ellas le resultaba familiar, tanto que juraría que era su compañera de autobús, esa que no le había dirigido la palabra en más de tres horas.

Dudó si acercarse, pero tenía curiosidad por escuchar qué era lo que Henry les contaba a los jóvenes.

-¿Qué era lo que estudiabas, Henry?- oyó que preguntaba una chica pelirroja.

-Literatura, estoy en mi segundo año.- contestó Henry

-¿Y te gusta vivir aquí?- volvió a preguntar la adolescente- Es que no sé si a mí me gustaría estar tan lejos de casa y no creo que a mis padres les gustase nada que me marchase tan lejos de Storybrooke.

-Bueno, lo de estar lejos de casa es una cosa que tenéis que valorar. Yo soy de Nueva York así que mi familia no vive tan lejos de aquí, de hecho, mi madre que está ahí- Henry señaló hacia donde Emma estaba y de repente se sintió observada por un montón de pares de ojos, así que levantó la mano a modo de saludo mientras se ruborizaba- viene a visitarme a menudo.

Emma no pudo seguir prestando atención a lo que decía su hijo porque su campo de visión se vio de pronto bloqueado por las tres mujeres que había supuesto antes eran las profesoras.

RegresarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora