Capítulo 7

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/UN ALMUERZO, UNA NOTICIA/

Nicholas

—Su nombre es Catherina.

Levanté la mirada y vi a mi tío Charles recostado en el marco de la puerta, con los brazos cruzados y su sombría mirada puesta en mí. Su expresión era tensa, pero no por ello agaché la mirada, como él tal vez quería que lo hiciera. En vez de eso me le quedé viendo, retador. Lo cual solo hizo que el ambiente se volviera cada vez más tenso.

—Ves, Nicholas, mi nombre es Catherina —habló la pelirroja en el momento menos indicado.

—Eso, Celina —dije con apatía.

Sin decir nada me alejé de Catherina y entré, pasando por un lado de mi tío, quien no me quitó la mirada hasta que me perdí de su campo de visión. Sí, de seguro este no iba a ser un almuerzo tranquilo, presentía que estaría lleno de caos y guerra. Como siempre.

Llegué hasta la alcoba principal y vi a mi abuela Elizabeth correr hacia mí con los brazos abiertos y una gran sonrisa en su tierno rostro.

—¡Nicholas, has venido! —dijo al llegar hasta mí y atraparme en un cálido abrazo.

Dejé que me fundiera en su cálido abrazo mientras su delicado aroma a lavanda inundaba mis fosas nasales. Me di cuenta lo mucho que la había extrañado.

—Te he extrañado mucho, mi niño.

—Yo también, abuela, yo también —la estreché aún más.

Estar con la abuela era mi lugar seguro, de eso no cabía duda. Ella siempre lo había sido. Había estado ahí para mí cuando apenas era un chiquillo, trataba de hacer lo posible porque nunca me sintiera mal cuando el abuelo le daba el arrebato de querer insultarme por cualquier tontería que yo hiciera. Y la amaba con todo mi ser.

El momento fue corto pero agradable.

—Vaya, creí que no vendrías —escuché la voz de Rose.

La abuela se alejó de mí.

Levanté la mirada hacia Rose, quien estaba parada con los brazos cruzados al final de las escaleras que llevaban a la segunda planta.

—Pues ya ves, estoy acá —respondí, poniendo los brazos a los lados.

—Que milagro —mofó.

—Pues con esa amenaza que me diste cualquier cosa se puede hacer realidad, hasta milagro.

Rose sonrió de medio lado.

—Yo tampoco creí que fueras a venir —la voz del abuelo nos tomó a los tres por sorpresa.

Giramos la mirada hacia él y su fría y clara mirada se clavó en mí.

—Abuelo —dije, algo tenso.

—Nilcholas bienvenido a casa —dijo, y con su bastón en la mano bajó las escaleras hasta llegar donde nosotros.

El abuelo era un hombre con un semblante frío que podía intimidar a cualquiera. Y es que su mirada era tan vacía y sombría que provocaba salir corriendo cuando te veía, aunque fuera simplemente para detallarte. Aún tenía los recuerdos de cuando era pequeño y hacía que me encogiera de hombros y rápidamente desapareciera de su campo de visión. Era aterrador. Siempre había mantenido miedo de él. Él había hecho que cuando niño siempre le tuviera miedo.

Pero ya era un hombre grande, un adulto independiente que sabía tomar sus propias decisiones y que había tenido que luchar constantemente para lograr algo por su propio mérito. Ya no podía causarme el mismo miedo que de niño.

Mi jefe y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora