Capítulo 4

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/EL NUEVO SOCIO/

Poppy

Estaba dándole una última revisión al informe para poder ir a entregárselo a mi jefe y que así me dejará en paz por un momento de mi vida. Me acomodé un poco el cabello y limpié un poco los ojos, que estaban un tanto hinchados.

«¡Dios santo, tienes unas ojeras de los mil demonios y la lloradera que tuviste anoche se te nota a leguas, chica!» me dije mentalmente.

En fin, qué importaba. De todos modos, era mi jefe y no debía importarle lo que a mí me pasará o a mí lo que a él le pasará. Pero, extrañamente, sentí que sí me importaba lo que fuera a pensar.

Tomé el informe en mis manos y me dirigí hasta la oficina de Nicholas.

Toqué dos veces la puerta.

—Adelante —dijo desde adentro.

Acaté y entré con lentitud antes de cerrar la puerta tras de mí.

—Buen día, señor Kuesel —saludé acercándome.

—Buen día, Halper.

Levantó la mirada y la clavó en mí, haciendo que me estremeciera con lentitud. Esa mañana, como todas, se veía genial. Tenía puesta unas gafas de pasta negra que decoraban sus ojos y le daban un encantador contraste. Era detestable tener que admitir que era guapo.

Sin darme cuenta me le quedé mirando. ¿Cómo podía alguien verse tan genial y a la vez de manera tan fortuita?

Había estado tan concentrada en mirarle que no me había dado cuenta que desde hacía un rato me hablaba.

—Halper, le estoy haciendo una pregunta, ¿qué la trae por acá? —preguntó con seriedad y una amabilidad arrolladora.

—Ah... eh, he venido a traerle el informe —dije, enseñándole la carpeta.

—Permítame —pidió.

Estiré el informe y lo puse en su impecable escritorio. Él empezó a revisar el informe con sumo cuidado y atención, mientras que yo observaba su oficina con una mirada discreta y tímida. ¡Vaya! Para ser hombre sí que era muy ordenado. Y no solo lo decía por su escritorio, sino también por todo. Ya había dicho que su oficina era limpia y todo ese rollo.

Algo que me llamaba la atención era que a él no le gustaba que ordenaran su oficina, es más, él mismo se tomaba la molestia en ordenarla. En la empresa se rumoreaba que tenía un tipo de enfermedad o fobia a que tocaran sus cosas, algo que no descartaba.

—No está mal, ¿si ve que sí puede hacer las cosas bien, Halper? —comentó pasando página por página.

«Ay, cantaleta, no, por favor» pedí.

—Gracias, señor Kuesel —respondí fingiendo una amable sonrisa.

Su mirada se clavó en mí y pude sentir como me observaba con cierto detenimiento que hizo que me sintiera pequeña. Me analizaba, lo sabía por la manera tan profunda en la que sentía su mirada y por como entrecerró los ojos un momento.

—¿Estuvo llorando, Halper? —soltó.

Un corrientazo me recorrió el cuerpo con lentitud haciendo que temblara, timorata. Me le quedé viendo.

Su pregunta me había tomado por sorpresa, demasiado, diría yo. La respuesta a aquella pregunta era tan obvia, pero yo no me atrevería a aceptarlo y mucho menos delante de él, quien parecía irrompible.

—Este... —empecé dubitativa—. No, claro que no —mentí.

—¿Por qué miente, Halper? —seguía observándome de aquella manera que comenzaba a hacerme estremecer—. A leguas se ve que estuvo llorando, y de una manera descontrolada, al parecer.

Mi jefe y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora