Capítulo 13

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/LA CARICIA DE UN BESO. UN RECUERDO/

Nicholas

Las llamas consumían con una lentitud aterradora aquel auto que, poco a poco, se iba desvaneciendo. Era espantoso, quería gritar hasta desgarrarme las entrañas y quedarme sin voz para nunca más poder hablar. Pero no podía. No encontraba mi voz, era como si en ese momento hubiera desaparecido.

Y me aterró aún más.

Bajé la mirada a mi cuerpo y encontré mis pantalones rasgados; una de esas rasgaduras me permitió ver la quemadura que tenía en el muslo derecho. Mi camiseta también estaba rasgada, y mis delgados brazos estaban llenos de rasguños y quemaduras leves que ardían.

Sentí miedo.

Algo en mi interior me dijo que él ya había muerto. Y me estremecí al recordar que, si no hubiera sido por él, yo también lo estaría.

El intenso sonido de varios autos; en especial el de una ambulancia, hizo que llevara mis pequeñas manos a mis oídos e hiciera presión en ellos a la vez que me hincaba en el suelo mientras lloraba aterrado, desconsolado.

Luces intensas, sonidos arañándome los tímpanos, gente a mi alrededor y un dolor intenso en mi interior, era lo que me rodeaba ahora.

Todo se volvió borroso, no debía volverse así. No veía nada. Solo encontraba oscuridad. Quería gritar, pero otra vez no volvía a encontrar mi voz. Otra vez no. Otra vez no. Necesitaba…

—¡NO! —grité.

Lentamente ojeé a mi alrededor y solté un suspiro lleno de alivio al comprender que estaba despierto, en mi habitación. Segundos después me incorporé en la cama y me pasé una mano por la frente. Estaba sudando.

«¿Por qué otra vez?» Me pregunté internamente con cierta rabia.

Hacía demasiado tiempo que no soñaba aquello. Gracias a los somníferos que solía tomar era fácil de conciliar el sueño, aunque ante el más mínimo ruido me despertara. Pero algo fue distinto esta vez, se sintió mucho más real y aterrador. Como si otra vez volviera a revivir ese instante.

Temblé.

Me levanté de la cama sintiendo resequedad en mi boca. Fui a la cocina, serví un vaso de agua y lo bebí con una rapidez que me impresionó. Puse las manos en la encimera después de haber dejado el vaso a un lado. Necesitaba respirar con tranquilidad, calmarme. Algo que no conseguía.

Inesperadamente un gritó proveniente del apartamento de Poppy mezclado con un agudo y delgado golpe de algo hacerse añicos contra la baldosa captó mi atención.

—¡MALDICIÓN! —la escuché quejarse adolorida—. ¡QUEMA! ¡QUEMA!

No lo pensé dos veces y de inmediato me puse recto y salí a toda velocidad hacia el apartamento de Poppy. Cuando llegué, toqué el timbre, pero nadie abrió. Volví a tocarlo y nada. Seguí insistiendo varias veces hasta que la puerta se abrió con lentitud y una débil mirada me recibió, causando una sucumbida en mi interior.

Sus hermosos ojos cafés inyectados en sangre me indicaron que la tos era su impedimento a la hora de dormir, por lo que seguramente llevaba toda la noche despierta. Pero hubo algo que llamó mi atención al completo, y fue ver la mueca de dolor que dibujó en sus labios mientras que con la mano derecha se apretaba la muñeca izquierda.

—Señor Kuesel —dijo casi en un susurro—. ¿Qué hace...?

—¿Está bien? —la interrumpí de manera abrupta, haciendo que ambos nos
sorprendiéramos por mi tono de voz empleado—. Escuché un ruido y quise venir a ver que todo estuviera bien.

Mi jefe y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora