/El odioso jefe/
Poppy
La vida. Lo que siempre dicen que tenemos que disfrutar y, siendo sincera, es muy cierto. Tenemos que disfrutar la vida al máximo, pero parece que quien no se da cuenta es mi aburridor jefe. Un hombre fastidioso, muy abrumador y con un temperamento espantoso de los mil demonios.
¡Ay, sí!
Podría parecer el típico cliché de una secretaria y su jefe; donde el jefe como es tan amable y cortés le invita hamburguesas con Sprite a su secretaria, porque le parece linda y sabe que se esfuerza en su trabajo —y además porque la ha dejado hasta tarde trabajando y de seguro tiene hambre—, y también se llevan de maravilla. Bueno, en realidad no tan cliché.
Aunque, la realidad es que no es así, el mío ni un vaso de agua me ofrece, el condenado ese.
Mi jefe me quería tanto que por esa razón estaba un lunes en la noche trabajando hasta tarde. ¡Ay, qué lindo era mi jefe! ¿No creen?
«Ojalá te caigas y te rompas una pierna, Nicholas Kuesel» gritó mi fuero interno, y me sorprendió lo irritado que se escuchaba.
Sentí la tentación de cerrar los ojos y acostarme a dormir, aunque fuera encima del escritorio, pero sabía perfectamente que no podía darme ese lujo. Y mucho menos con las expectantes y fulminadoras miradas que mi "querido jefe" me lanzaba desde su oficina.
—¡Dios, solo quiero llegar a casa y acostarme a dormir...! —murmuré poniendo mi cabeza encima del escritorio.
—Halper, entre menos pereza haga más rápido tendré el informe y así podrá marcharse a casa, ¿no cree? —Su voz a través del teléfono inalámbrico me hizo sobresaltar.
Giré la mirada hacia su oficina y al ver cómo me observaba inmediatamente me puse a trabajar.
No llevaba más de quince minutos cuando miré la hora en la parte inferior derecha de la computadora y mi esa pereza que quería se fuera, volvió casi instantáneamente. Eran las once de la noche y yo aún no terminaba el bendito informe.
«¡Por el amor de Dios, hacía tres horas debí haber salido del trabajo!» En ese momento debería estar en mi quinto sueño.
Sé que estaba sonando como una holgazana a la cual parecía que no le gusta hacer nada de nada, pero como empleada debía hacer valer mis derechos.
«Claro que sí, cómo de que no» afirmó mi mente con orgullo.
El informe no era la gran cosa, pero era algo importante para un cliente, y como mi Nicholas Kuesel confiaba tanto en mí, por eso me pidió —tal vez ordenó sea la palabra correcta—, que realizará el informe yo.
«Falta poco, falta poco. Punto final, punto final»
Punto final.
Al haber puesto punto final al último párrafo del informe me sentí aliviada y una alegría de traía un descanso implícito me albergó. Ahora sí podría irme a casa a descansar del ajetreado día y de mi jefe. En realidad, de mi jefe.
Minutos después de tener impreso el informe, me levanté del escritorio y me dirigí hasta la oficina del psicópata guapo, así era como lo había apodado en secreto. Era guapo, no obstante, su temperamento y sus gritos, lo hacían ante mí, un psicópata. Tal vez el calificativo no fuera el más adecuado, pero ya no había marcha atrás.
Cuando llegué, toqué dos veces a la puerta.
—Siga —ordenó desde el otro lado.
Acaté y con los hombros rígidos, entré. La oficina de Nicholas Kuesel era, para mí, demasiado fascinante como para con su personalidad. La gigantesca ventana que daba una espléndida vista de la ciudad era encantadora. Las dos plantas que tenía en dos rincones le daba ese toque casual. Y su escritorio, el aterciopelado sofá que estaba por ahí ubicado, y los demás objetos eran recatados, por lo que sabían darle esa pulcra elegancia que lo identificaba.
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Mi jefe y yo
RandomPoppy Halper y su odioso jefe, Nicholas Kuesel, no son el prototipo de jefe y secretaria perfectos. Es más, sus diferentes formas de pensar, de socializar, hasta de hablar, se chocan. Ella dice odiarlo y él suele tener constantes jaquecas por ella. ...