2. Aquel Halloween condenado a la tragedia

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Los días pasaron como la espuma, los cuales pasé entre los mazapanes que Carla compró para su misterioso jefe y las caminatas por este pueblo que me lleva tan de cabeza.
Ayer me enteré de que habían comenzado a desaparecer personas de edades diferentes, que todavía no han aparecido por ninguna parte.

—Cielo, ¿has encontrado ya el disfraz? —pregunta mamá sin entrar en la habitación.

Mierda. Joder. Perdón, tengo una bocaza. Mierda otra vez. Empiezo a deshacer la maleta rosada —odio ese color— con pegatinas de Harry Styles —adoro a ese ser— y me peleo con los tules de mamá encontrando al fondo lo que reconozco como un disfraz de noveno cosido a mano. ¡Vaya suerte la mía!
Bajo las escaleras y me dirijo al salón. Las voces salen de allí, espero no equivocarme. Sentados en el mueble de color negro se encuentran mis padres de frente a mí, y justo enfrente un hombre vestido con chaleco y cabello rubio. Todo al estilo clásico del siglo anterior al veintiuno.

—¡Hija, vas preciosa! —exclama mamá nada más verme —. Ven siéntate al lado de nuestro querido anfitrión.

—Oh, bella dama, no es necesario —dice el hombre rubio.

Obedezco a mamá y me acoplo medio tumbada en el sofá, sólo porque papá empieza a sonreír como un loco.

—Es un día bastante agradable. —Miro a la persona a mi lado con cara interrogativa por lo que acaba de decir.

¡Me cago en la sal del mar! ¡Es él! ¡Ahora sí que estoy jodida! Y con este disfraz...

—Propongo que salgamos esta noche —continuó, mirando mi vestuario y curvando sus labios hacia arriba.

Mi madre tras escuchar esas palabras salta histérica, y casi que nos echa al maldito encantador de Poe Verne y a mí de casa con tanto caminar hasta nosotros para encerrarnos en un abrazo de oso.
Antes de salir, cogemos nuestros abrigos.
Una vez en la calle él no para de mirarme de reojo, sin dejar de caminar con las manos en los bolsillos de los pantalones, y sonriendo con una amplia sonrisa.

—No tengo gallinas en la cara —espeto agarrándome al abrigo negro.

Para de caminar girándose hacia mí.

—Y yo no soy un oso para que quieras huir, guapura. —Su rostro feliz me revuelve las tripas. Su pelo rubio me recuerda al espumillón dorado que colgamos por casa cada Navidad.

Reanudamos el paso hasta llegar a la casa de una chica. No la reconocí hasta que se presentó como Padme. Me pareció extraño que nadie preguntara por Damián. ¿Dónde se había metido? La segunda parte de su historia me la leí en una noche, y creo recordar que no acaba mal.
Pronto los dos jóvenes, conmigo pisándoles los talones, llegaron a una especie de terreno lleno de árboles.

—Es el bosque del pueblo —me informa Padme, al ver mi confusión —. Tranquila, no te harán nada. Al menos que seas presa de alguno.

Las horas pasaron rápido y Damián se reunió con nosotros vestido totalmente de negro y con la capucha puesta. No saludó, al menos a Poe o a mí. Sin embargo, sus palabras apuntaban a algún plan para esta noche.
Al acabar la noche siete personas habían desaparecido, y Damián no se movió del lado de Padme y mío. Por otro lado, Poe Verne iba y venía con la excusa de ir al servicio. Ninguna persona tarda dos horas y media en ir a un baño público y volver, y menos estando cerca de él toda la noche y con marcas de pintalabios rojo vino.


















¿Poe haciendo de las suyas? Nooo. ¿Damián vistiendo de negro? Muy raro. *Que se note la ironía*. Te lo en comentarios, qué crees que ocurrirá a continuación 👀.

DAMIÁN & TÚ 💕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora