9. Dulces pesadillas

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Las sábanas se me pegan a la piel húmeda. Mis ojos se mueven audaces detrás de mis párpados cerrados.

Hay sangre y oscuridad por todos lados. Tengo frío y quiero salir de aquí. No me siento a salvo.

—¿Hola?

Nadie me escucha ni me ve.

Estoy solx.

—No lo estás —dice una voz masculina en off.

Mis ojos se abren para ver una silueta negra sentada justo a mi lado. Su mano me acaricia la mejilla con pulso de cirujano pero como si fuese una pluma por la suavidad que me hace sentir.

—Estás conmigo. A salvo —asegura y le creo.

Al poco me vuelvo a caer en los brazos de Morfeo.

***

El cretino de Damián me había apuñalado y me había curado. La Cacería se ha detenido por haber varias bajas importantes. Padme sigue sin aparecer. Estoy segurx de que el culpable es el pelinegro, porque solamente somos dos o cinco personas en la enfermería.

El rubio no se separa de mí ningún minuto. Juro que si lo ve, se le lanzará al cuello. Al menos no serán el resto de novenos quien me mate.

«Damián ajustaremos cuentas, te lo prometo», aseguro volviéndome a dormir.

—Descansa, bollito, yo me encargo.

***

Poe Verne me recibe con los brazos abiertos a las puertas del laberinto. Luce de traje negro y guantes de cuero. Damián también va del mismo color. Yo voy de granate por no saber cómo vestirme. El rubio me tiende unos guantes idénticos a los suyos con mis iniciales grabadas en el borde. Ambos sonríen.

—No te separes de mí. Entrarás por tu cuenta pero enseguida te alcanzaré —susurra en mi oído dejando un beso en mi mejilla. Joder, me gusta que sea tan educado conmigo.

Asiento rozando sus labios con mi nariz. Se tensa un poco pero no se separa, sino que me aprieta con dulzura la mano.

Elijo dos cuchillos largos, Damián dos dagas cortas y Poe un martillo y un punzón de hielo. El resto cargan con hachas, ballestas, mazas y dardos con un líquido verdoso que supongo que es veneno de algún tipo no letal en el momento de su aplicación. Después de todo, les gusta jugar con la comida.

Todos nos colocamos al inicio del laberinto. Tras sonar el gong, corremos hacia el interior.

¡Qué comience la Cacería si no queda otro remedio!











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