HORA DE ESTUDIAR

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–Buenos días, clase. –la voz del profesor de historia inunda por completo el pequeño lugar donde quince adolescentes luchamos por no quedarnos dormidos en mitad de su clase.

–Buenos días, profesor. –todos nos levantamos al unísono.

–Hoy chicos hablaremos sobre la Primera Guerra Mundial.

No sé quién tiene peor cara, si Sam, Val o yo mismo. Incluso el profesor parece indiferente ante tal cuadro mañanero. Un señor de cuarenta años, vestido con una camisa seria y pantalones de traje, dando una clase a un par de jóvenes más dormidos que despiertos, en un centro perdido en la cima de una montaña. Creo que no sea el escenario idílico para levantarte cada mañana con ganas de sonreír.

–¿Alguien sería tan amable de decirme quiénes fueron los países protagonistas de este terrible acontecimiento bélico?

Nadie hace el más mínimo amago de levantar la mano para contestar.

–¿De verdad?, ¿Nadie? –parece tan cansado, como si sus esperanzas de recibir una respuesta fueran tan escasas como sus ganas de dar esta clase.

Silencio absoluto. Sam ni siquiera mira la pizarra, se ha quedado hipnotizado mirando la silla que tiene justo enfrente de él. Val, en cambio, juega con su móvil de una forma tan poco disimulada que hasta a mí me podría llegar a molestar. Yo, por mi parte, me limito a observar como siempre por la ventana, mientras los rayos del sol y la brisa mañanera me sacian poco a poco las ganas de salir corriendo de aquí.

–Bueno, veo que como cada mañana, nadie sabe nada. La Primera Guerra Mundial comenzó...

–La Primera Guerra Mundial comenzó el 28 de julio de 1914 y finalizó el 11 de noviembre de 1918, cuando Alemania aceptó las condiciones de armisticio, –interrumpo, sin desviar mi mirada de las hojas de los arboles movidas por el viento.

Todos dejan de ignorar su entorno para quedarse en completo silencio, con la mirada puesta en mí.

–Mhm, si. –balbucea el profesor.

Levanto mi mirada hacia él, viendo que algo raro le pasa.

–¿Todo bien? –pregunto ladeando la cabeza.

–Sí, sí, claro, claro, tu respuesta está bien.

–Ya lo sé.

–¿Tú eres el nuevo, no?

–Sí.

–¿Dann, verdad?

Escucho la breve risa de Sam a la distancia.

–Daniel.

–Claro, perdona.

–La Primera Guerra Mundial está bien, pero personalmente prefiero la Segunda, o tal vez épocas más antiguas como la época medieval, tiempos de piratería o la época vikinga.

–Ya, –el profesor parece confuso, –verás, es que no estoy acostumbrado a que alguien me dé una respuesta a mis preguntas y mucho menos una correcta. Normalmente todos estos suelen pasar de mí. No os ofendáis, chicos.

De nuevo, silencio absoluto.

–Ves.

–Sí, bueno, usted me ha preguntado y yo le he contestado. Así funciona una clase o, al menos, en mi antiguo instituto.

–Sí, eso, así funciona una clase. –El profesor parece volver en sí mismo y prosigue con lo que queda de clase.

Cinco minutos, esos dichosos cinco minutos de clase que son siempre los peores. Esos cinco minutos que parecen veinte, siempre corriendo sobre las agujas mismo reloj. Porque vayas a cualquier aula de cualquier instituto, siempre verás el mismo viejo y desgastado reloj, colgado siempre en la misma columna.

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