OIKOS

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Desde el primer día que nacemos, nos inculcan el concepto de que la familia es lo más importante que tenemos. Aprendemos a quererla y respetarla por encima de todo, aunque a veces haya más familias rotas y desestructuradas que familias sanas y buenas, más padres maltratadores o inexistentes, que padres que amen a sus hijos. O al menos, esa era mi realidad.

Desde los cinco años, habíamos sido mi madre y yo contra el resto del mundo. Mientras ella buscaba el amor que le faltaba en incontables hombres diferentes, yo decidí centrarme en tratar de crecer de la forma más convencional posible. Un día conocí a Mike; Nos conocimos en segundo curso, y desde el primer día, nos hicimos inseparables. Mientras que él venía de una familia bien estructurada, donde se apreciaban sin precedentes, yo venía de una familia quebrada y sin bases afectivas. Vivimos la fase adolescente juntos, fuimos descubriendo el amor poco a poco, mientras tratábamos de madurar lo mínimo posible. Peleamos muchas veces y pasamos muy buenos momentos, hasta que hace menos de un año todo cambió.

Todo comenzó un día cualquiera de junio, una mañana normal como cualquier otra. Decidimos pasar todo el día juntos y después de una buena sesión de cine, nos invitaron a una fiesta. Él realmente no quería ir, estaba cansado y se quería ir a dormir, pero yo tuve que abrir mi estúpida bocaza. Insistí e insistí hasta que lo convencí, y eso que yo solo quería ir porque iba una chica que me gustaba, la cual ya ni siquiera recuerdo su nombre, ¿y todo para qué? Después de pasarnos una hora decidiendo qué ropa llevar, al fin atravesamos el umbral de su casa. Recuerdo perfectamente aquellos segundos en los que Mike introdujo su mano en sus bolsillos, buscando las llaves. Tengo grabada su sonrisa cuando las sacó y, pulsando un simple botón, abrió las puertas de su coche. Y lo peor de todo es que, a día de hoy, soy incapaz de sacar de mi mente la idea de que si hubiéramos tardado unos instantes más, fuera por lo que fuera, si se hubiera dejado las llaves dentro, si yo me hubiera agachado para atarme los cordones o cualquier tontería, quizás habríamos evitado que el fantasma de su muerte le alcanzara. Habríamos evitado cantar junto a la radio, habríamos evitado pasar justo en ese momento por ese cruce, y quién sabe, quizás habríamos conseguido cambiar el resultado.

–¿En qué piensas tanto, hijo mío? –La voz de mi padre hace que me tambalee, como un fantasma atravesando mi ser. –¿Tanto te sorprende verme?

–Tú... La última vez que te vi, tú no estabas...

–Tú tampoco estabas genial, Daniel. Te recuerdo que eras tú quien estaba cubierto de mi sangre, con el cuchillo en la mano.

–Rafael. –espeta mi madre.

Nos quedamos todos callados, durante unos fríos y eternos segundos, sin dejar de mirarnos.

–Bueno, no tengo todo el puto día, ¿qué queréis de mí?

–Cuida tu lenguaje, Daniel.

–No eres mi padre, no me digas cómo tengo que hablar.

–Daniel.

–Y tú tampoco eres mi madre, así que tampoco trates de educarme.

–Da...

–Daniel no tiene ni apellidos, ni familia, ni hogar. Soy huérfano y sé que estoy solo, lo he aceptado y me gusta. Así que creo que lo mínimo que deberías hacer es desaparecer de mi vida.

–No hemos venido a discutir, Daniel, tu madre y yo solo queremos que sepas una cosa.

–No. –niego en rotundo. –No quiero saber nada más de vosotros. ¿Tan difícil es de entender?

–Hijo...

–¡Que no, joder! Que no hay ningún hijo. Tú me abandonaste a los cinco años. Me crié sin ti, aprendí a amar sin ti, hice amigos sin ti, formé mi vida sin ti, no te necesito para nada. Nunca he tenido un padre, nunca lo he necesitado y nunca lo he querido. Y tú, –lágrimas brotando de mis ojos,– no eres y nunca has sido mi madre, porque en el breve instante en el que pusiste a él por encima de mí, aun después de todo lo que ha hecho, me hiciste comprender que eres igual de monstruo que él. Estáis hechos el uno para el otro, estáis igual de enfermos. Y no, no me arrepiento de lo que hice. No me arrepiento de apuñalarte por entrar en mi casa. Te mereces lo que hice, y aunque desearía que estuvieras pudriéndote en el infierno, para mí, aquella noche ya llevabas muchos años muerto y eso no ha cambiado.

–Está bien, si tan claro lo tienes, nunca más volveremos a vernos. Pero que sepas que aún hay cosas que no sabes. Y el día que las descubras, porque te aseguro, Daniel, que lo harás y mucho antes de lo que tú crees, te arrepentirás de todo lo que has hecho en tu vida.

–Que os vaya bien en el infierno, demonios.

–Adiós, hijo.

Con lágrimas en los ojos y el corazón acelerado, veo cómo los dos se levantan y, de la mano, salen caminando de la sala en menos de dos segundos. Yo me quedo solo, durante no sé ni cuánto tiempo. Sin ser capaz de asimilar nada de lo que acaba de pasar. Hasta que simplemente me pongo de pie, camino por el mismo pasillo por el que había llegado aquí, entro en mi habitación y me quedo de nuevo sentado, observando mi vida pasar por la ventana.



14:05 p.m.


Hay muchos tipos diferentes de personas. Hay gente que, cuando recibe una mala noticia, se agobia y se bloquea; hay gente que comienza a hiperventilar y acelerarse, y hay gente que se para a respirar y analizar lo que les está sucediendo. Yo no formo parte de ninguno de esos tres grupos.

Llevo ya muchas horas sin moverme, no he comido nada, no he bebido ni una sola gota de agua y tampoco he pronunciado palabras. Han pasado más de tres horas y solo he sido capaz de empezar a aceptar el hecho de que aún respira y habla.

Una breve vibración, que no sé cómo, pero consigue sacarme de mis pensamientos y devolverme al presente.

Mensaje de Val <3:

–Hola Daniii, ¿te gustaría que después de la hora de comer fuéramos a dar una vuelta por ahí o algo? Podríamos, si quieres eh, que si no quieres no pasa nada, hehehe, escaparnos por la tarde e irnos al pueblo de aquí al lado.

Me quedo observando los fríos píxeles de mi pantalla más tiempo del que me gustaría. Mi móvil comienza a oscurecerse por la falta de contacto y sin nada que perder, mi dedo se clava en el pequeño micrófono en la esquina de la pantalla. Lo sostengo firmemente y las palabras comienzan a salir de mi boca.

Audio de Daniel:

–Hola Val, ¿qué tal? –mi voz ronca, estaba mucho más fría de lo normal. –Me encantaría ir contigo, pero hoy no puedo, lo siento, llevo una mañana que no... que no puedo más. Tampoco iré a comer, así que si puedes, porfa, decirle a Sam que ya mañana nos vemos. Gracias, un beso Val.

Envío el mensaje y no me quedo a ver el doble check azul. Dejo caer mi móvil en cualquier lado y, cerrando los ojos cansado, me recuesto en mi cama, con demasiadas ganas de sumirme en un largo y plácido sueño. Las voces del pasillo se van poco a poco reduciendo, el brillo de mi alrededor deja de ser tan intenso y el silencio, por fin, me da la oportunidad. Me quedo completamente dormido en menos de diez segundos.



21:50 p.m.


La noche ha caído, todos se encuentran ya en sus habitaciones después de un largo día lleno de emociones y nuevos recuerdos.

–Buenas noches, Daniel. –una voz muy familiar, inunda lo que es una escena completamente negra en mi cabeza.

–¿Mike?

–Daniel, cuánto tiempo –una frágil sonrisa se dibuja a lo lejos, formando una pequeña silueta. –¿No vas a venir a verme una última vez?

–No puedo ir a verte, ya lo sabes, estás muerto. –una fuerte tristeza invade el cubículo de mis sueños.

–Aquí dentro no existe la muerte, Daniel, solo existen los recuerdos.

–¿Aquí, dónde, Mike?

–Aquí, Daniel, detrás de la puerta.

–La puerta...

El mundo de los sueños comienza a entrelazarse con la realidad.

–Ven, Daniel, busca la puerta, búscame a mí.

Abro de golpe los ojos. La realidad de mi habitación ha ganado esta vez la batalla, pero quién sabe cuánto más podré aguantar.

TE QUEDAS SIN TIEMPODonde viven las historias. Descúbrelo ahora