MISTERIOS DEL AMANACER

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21:50 pm hora continental, 26 horas antes.


Entre susurros, veo las luces desvanecerse, pero ninguno de los tres dejamos de caminar.

–El pomo, Daniel, el pomo.

–El pomo brilla sin cesar.

–No te quemes, Daniel, ten cuidado.

–Ten cuidado, Daniel, o te quemarás.

–¿Qué pasa, tienes miedo de venir solo?

Voces resuenan en mi cabeza, mientras Val y Sam discuten sobre si girar a la izquierda o a la derecha.

–Hagas lo que hagas, uno de los dos no volverá a su habitación esta noche.

Clac, clac, clac.

Escucho el ruido de una puerta abrirse a lo lejos.

El corazón me late tan fuerte que siento que se me va a salir y duele, duele mucho. Las luces temblorosas apenas iluminan nuestro entorno mientras corremos silenciosamente por los pasillos vacíos del Curandero. En busca de, sinceramente, cualquier lugar. Ni Val ni yo sabemos realmente hacia dónde nos dirigimos y mucho menos el pobre Sam, que apenas es capaz de mantenerse en silencio. Jadea y jadea, tratando de igualar nuestros pasos, con cara de pocos amigos y poco aire en los pulmones.

–Ahí, chicos, ahí. –escupe Sam a lo lejos, tratando de recuperar el aliento.

–¿Ahí? ¿Dónde? –pregunto yo, entrecerrando los ojos para concentrarme mejor.

–¿Ahí qué? –Val me contesta.

–Mierda, claro, no sé ni qué estoy mirando.

–¡Ay!, ¡Ay!, ¡Ay! Mis pobres pulmones, joder. –Sam no es capaz de quejarse en silencio.

–Veo que los deportes no son lo tuyo, ¿eh? –bromeo calmando mi respiración acelerada.

Sam me clava en el sitio con el simple destello de sus ojos, y no me hace falta nada más para sellar mis labios de una maldita vez.

–La puerta, joder, ¿no la veis, ahí al fondo? –insiste Sam, señalando con el dedo hacia el fondo del pasillo.

–Hostia, no la había visto.

–Esperad. –intervengo de repente, estirando mi brazo para detener sus movimientos.

–¿Qué pasa? –me preguntan a la vez.

–Nada, nada. –digo nervioso–. Solo que no sé si deberíamos entrar.

Noto sus miradas perdidas sobre mis hombros, no puedo culparlos. Yo he sido el primero en echar a correr, el primero en empezar a buscar, y ahora soy el único que no quiere entrar. Yo también estaría sorprendido si fuera ellos. Pero lo que no puedo hacer es obviar las voces de mi cabeza, no puedo obviar la amenaza, no seria capaz de soportar la perdida de ninguno de los dos.

–A mí no me jodas, eh. –espeta Sam, aventurándose hacia la puerta.

Sam enlaza paso tras paso. Decidido, se planta justo enfrente de la puerta y estira su mano a cámara lenta. Val abre ansiosa la boca y mis pulsaciones se convierten en una maratón, cada cual más rápida que la anterior. Sam posa su mano sobre el pomo, y el segundo antes de rotar su muñeca, pasa demasiado lento. Nada más importa, solo que ese pomo gire sobre sí mismo y se abra.

–Nos vamos. –dice Sam de golpe, interrumpiendo todo.

–¿Cómo? –exclamamos Val y yo a la vez.

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