12 | Bacio

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Carmine.

Obligué a los soldati que avisaran a la señorita Mirra que su padre la esperaba afuera. Estaban dubitativos, eso me enfureció y les hice notar mi indignación, porque no deben dudar nunca de la familia principal de LA'Costa. Jamás. A sabiendas de las consecuencias, cedieron y procedieron con lo que les dije, no sin antes advertirles que yo sabría si contaban que era yo el que la esperaba fuera de los muros.

Si sabe que se trata de mí no querrá salir, y si me insultaran así tampoco querría verme a mí mismo, sin embargo, estoy dispuesto a seguir los consejos de mi hermana para que mi matrimonio no sea un completo fracaso.

Espero por poco más de diez minutos hasta que las puertas se abren. Es Mirra la que aparece a la vista, con una gabardina beige sobre su ropa completamente negra que termina en un par de botines que combinan. Este es un estilo diferente al que suele usar —vestidos, chales y zapatos altos claros— cuando salíamos, y a decir verdad, se ve bastante bien y quizá un poco más madura.

Decidí venir en una camioneta blindada porque, además de llegar con la intención de confundirla para que no se devuelva apenas me vea, son muy cómodas, por lo que estaríamos en un mejor ambiente que en un estrecho deportivo.

Cuando está muy próxima a la camioneta, abro la puerta para revelarme. Sus ojos se agrandan al ver que se trata de mí. Aprovechando su momento de pasmo, me apresuro para llegar a ella e intentar agarrar su mano, pero ella me esquiva y da media vuelta para regresar a su casa. En un instante pasó de estar asombrada a mostrar mucha molestia.

—Mirra, quiero arreglar las cosas. —La alcanzo a medio trote, sujetándola del brazo y la giro hacia mí. Sus ojos color ámbar me observan con furia y decepción—. Lamento que escucharas eso.

En un principio intenta deshacerse de mi agarre, pero pronto se hace débil para seguir intentándolo y me enfrenta.

—¿Tanto te repugna casarte conmigo? —La voz le está temblando y sus párpados pican por la acumulación de humedad. Lo noto, aún si se esfuerza por controlarlo cuando levanta la voz—. ¡¿Qué te hice yo?!

Mierda, que no llore.

—¡No! Lo dije mal... —Niego con la cabeza. Debo pensar rápido, expresarme con sinceridad y tacto al mismo tiempo—. Yo lamento lo que hice y dije. Es que eres... inocente y amable todo el tiempo. Me equivoqué contigo y te juzgué mal por falta de fe.

Y porque tu padre es mi persona menos favorita.

—Por pensar nada más que en mí te falté al respeto y herí tus sentimientos. Te mereces más de mí que una disculpa.

Sospecho que estoy consiguiéndolo porque su entrecejo se suaviza y frena la lucha. Mirra no hace oídos sordos a lo que digo.

—Mirra, ven conmigo.

—Yo... no sé si sea...

Está por negarse, es evidente. Empero no por resentimiento, sino por los ideales que le inculcaron.

A la mierda lo inapropiado.

—Te traeré a casa temprano, ¿sí? —Queriendo convencerla, uso las palabras de Gianina—. En serio no quiero que nuestro matrimonio empiece en base de rencores.

Deja salir un resoplo.

—Aquí a las siete.

Tras ceder, siento otra carga aligerarse en mis hombros.

—Por supuesto.

No aguardo más para apresurarme a abrir la puerta del copiloto por ella. El atardecer será dentro de dos horas y media, lo que significa que tendremos poco tiempo a solas y di mi palabra que a las siete estaría en casa.

CARMINE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora