20 | Attaccato

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Carmine.

En un buen sentido, los siguientes días se sintieron largos a su lado, y sin percatarme ya casi había transcurrido una semana. Me contagia su humor, me deslumbran sus virtudes y sus habilidades creativas. A veces me pierdo en el tiempo hablando con ella de temas que a mi yo de hace cinco años le habría aburrido. Tampoco quedaron atrás las noches de televisión, las tardes de turismo, nuestras partidas de cartas después del almuerzo y las ocasiones donde nos pusimos un poco más atrevidos.

Momentos antes de tener relaciones íntimas con Mirra yo mandaba a Alessia de compras, en búsqueda de cosas específicas que no encontraría nunca en Stromboli, pero que la mantendría ocupada por horas. Gracias a esa idea, mi esposa y yo tuvimos la casa para nosotros, con la libertad de hacerlo en cualquier parte de la casa y no solo en la habitación.

Me jodería mucho si atrapo a esa muchacha haciendo de voyerista como la última vez...

Tomo mi café con un poco de azúcar de pie en la terraza con vista a la piscina cuando vislumbro a Alessia por el rabillo del ojo. Mi mente evoca el recuerdo de cuando la intercepté y supe lo que tramaba...

La mañana del tercer día tenía a mi esposa sobre sus manos y rodillas cuando me sentí acechado, pero decidí ignorarlo porque sé que a veces suelo ser paranoico y mis escoltas me habrían avisado de cualquier disturbio. Sin embargo, cuando terminamos me percaté de que la puerta estaba un poco abierta, pero yo recuerdo haberla cerrado varios minutos antes. Luego vi una sombra pasar con rapidez. Me coloqué velozmente el pantalón y salí del cuarto; mis ojos barrieron todo el pasillo en busca de actividad, entonces cayeron en la figura de la empleada, quien simulaba estar acomodando un gran jarrón blanco de cerámica. Imaginó que yo no existía mientras tocaba las alargadas hojas de la drácena, pero después se volteó y me saludó respetuosamente, fingiendo demencia. Después se retiró.

« Como si me fuera a creer tanto show. »

No le quité ni un ojo de encima el resto del día. Y cuando fue el momento de lavar las sábanas (algo que debió hacer el día anterior) estaba un poco ansiosa, así que la seguí a la lavandería. Tenía los montos de ropa sucia clasificadas un poco más lejos, solo se enfocaba en las sábanas del primer día; hurgaba en ellas y eso me pareció todavía más sospechoso. Cuando encontró lo que quería sacó su celular, lista para sacar una fotografía. Allí fue cuando entré, silencioso, para atraparla en el acto por la espalda.

—¿A quién mierda ibas a enviarle eso? —Hice la pregunta con los dientes apretados, con el enojo hirviendo a fuego lento y el asco colgando de mi estómago.

Su rostro palideció cuando se volteó para verme, como si hubiese visto a Lucifer.

—¡S-s-señor Ca-armine!

Su tartamudeo me impacientó. Estaba temblando de miedo, horrorizada por lo que le haría después de descubrir su porquería. Bajó la mirada, volviéndose a la pequeña mancha de sangre que contrasta con el blanco.

No podía tolerar esa falta de respeto.

—¡Mírame cuando te hablo, carajo! —exploté, olvidando mi compostura.

Ella estaba a punto de mearse encima, pero fue más inteligente al hacerme caso.

—¡¿A quién le ibas a enviar esa mierda?!

—¡No fue mi culpa, señor! —lloriquea. Los mocos líquidos comienzan a deslizarse desde su nariz—. Don Gianni me dijo que si no le daba una prueba de que usted y su esposa consumaron el matrimonio me echaría a mí y a mi mamá.

CARMINE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora