21 | A casa

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Carmine.

Se suponía que la dichosa luna de miel duraría tres semanas, sin embargo, tras el ataque me vi obligado a interrumpirla. Me disculpé con Mirra por tener que regresar tan pronto a Calabria, y aunque ella afirmó no estar molesta, no me cabía duda de su decepción.

Luego de que me atendieran nuestros médicos personales, Mirra y yo empacamos esa misma noche y nos fuimos a la cama. Quise irme cuanto antes, mas el doctor no lo recomendó, así que le hice caso y reposé el resto del día. Ellos se hospedaron en la casa de los sirvientes en la parte trasera del jardín por si llegara a necesitar de su auxilio, pero no hicieron falta, puesto que mi esposa se dedicó a cuidar de mí ese rato.

Se supone que yo debía cuidarla a ella, no al revés. Y no me refiero a sus atenciones con mis lesiones, sino al precipitarse hacia una muerte segura con tal de socorrerme. Puede que sus acciones hayan sido honrosas, incluso admirables, sin embargo no debió arriesgarse así. Ese maledetto cane pudo haberla matado o peor todavía; torturarla en escenarios horribles de formas muy monstruosas.

Debo impedir que algo así se repita, estar pendiente incluso en mis vacaciones. Por esa misma razón me negué rotundamente a consumir los analgésicos, aun si el personal y mi esposa fueron muy insistentes, no di mi brazo a torcer.

Todo lo que tenga que ver con mi mujer está priorizado desde el momento cero en que coloqué el anillo de mi madre en su dedo. Quizá no tenga mi corazón, pero sí se ganó mi cariño en pocos días, mi respeto y gratitud, especialmente después de su acto tan noble. Siento que debo devolvérselo de alguna forma.

En el auto, luego de bajar del avión, nos encontramos uno al lado del otro en silencio absoluto. No dijimos ni una palabra luego de que Maurice nos recogiera en el aeropuerto acompañado de más escoltas, los cuales nos rodean con cuatro autos durante el trayecto a casa.

Luego de ese ataque en una propiedad completamente resguardada, no permitiré un solo desliz.

Vislumbro a mi esposa por el rabillo del ojo e intento predecir lo que está pasando por su cabeza. Sus ojos no se despegaron de la ventana desde que arrancamos, aprieta las manos sobre su regazo para manejar la ansiedad y su respiración se vuelve gradualmente pesada con cada acercamiento a nuestro hogar.

Puedo comprenderla. Aunque crecí en esa enorme casa, una incómoda sensación se asienta en la boca del estómago. Puedo interpretarlo como una señal de tensión y nervios, porque será la primera vez que entraré ahí con una nueva vida.

Mi mano derecha descansa sobre mi vientre, en el lugar de la venda. Decido extender aquella misma hasta las suyas para calmar el temblor que se apoderó de ellas.

Mirra aparta sus ojos del vidrio por primera vez para observarme.

Un "todo estará bien" podría bastar, pero no puedo decirlo sabiendo a lo que nos enfrentaremos. Esa frase nos funcionará por al menos un tiempo, hasta que el relámpago finalmente nos alcance.

Nuestros semblantes permanecen neutrales, mas a través de nuestras miradas me atrevo a pensar que significan la complicidad de una pareja que luchará por la supervivencia en el mundo infame y devastador de LA'Costa.

Estando frente a los portones, los vellos de mis brazos se erizan. Hay cierta diferencia en cómo percibo mi hogar, como si se tratase de un lugar que no visito desde hace ya mucho tiempo.

Maurice estaciona el vehículo delante de la entrada principal, es el primero en bajarse para abrir la puerta por mi lado. Se preocupa por mis movimientos y yo procuro no esforzarme demasiado, en especial por el dolor. Simulo mi expresión de dolencia, apretando vehementemente la mandíbula.

CARMINE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora