Mirra.
En la mañana de nuestro segundo día de casados, despierto en los brazos de Carmine. Seguimos en el sofá y creo que la televisión se apagó sola por el tiempo que estuvo sin usarse.
La luz de la mañana entra por los ventanales, iluminando cada cuarto.
Volteo el rostro para encontrar que mi esposo sigue dormido y decido no despertarlo. Me adelantaré a preparar el desayuno y para cuando esté despierto podamos comer los dos.
Aparto su brazo de mi cintura con cuidado, consiguiendo no perturbar su sueño. Sentada, coloco los pies en la alfombra buscando mis pantuflas, pero no las hallo. Entonces recuerdo que las dejé arriba, en nuestro cuarto. Voy por ellas para que los pies no se me enfríen y de paso también me coloco mi bata. A mí madre le daría un infarto si me viese en paños menores por toda la casa, pero también pienso: « Ella no está aquí para reprocharme, solo estoy yo con mi esposo. El único que puede verme de esta manera ».
Bato la masa de los waffles en un tazón, con la idea de decorarlos con moras, fresas y un toque de crema batida y dejar la miel en la mesa para que agreguemos la cantidad a gusto. Sin embargo un llamado a la puerta principal corta mi concentración.
Me sacudo las manos, ajusto mi bata y me dispongo a ver qué pasa. A mitad de camino echo un vistazo a la sala de estar a mi derecha y confirmo que Carmine sigue profundo.
Sostengo cada lado de mi bata con una mano, asegurándome de que me cubra bien antes de abrirle la puerta al escolta de cabello rubio muy claro que reconozco como Giorgio. Permanece cabizbajo, respetando el protocolo de no mirar a las mujeres de sus jefes. Me percato de que hay una mujer un poco más alta que yo detrás de él.
—Dime, Giorgio. —Le insto a que me diga a qué vino a estas horas de la mañana.
Mi padre se encargó de enseñarme que hay poder en mi autoridad, una que nunca lucí, pero paulatinamente aprendí a no temer a hacerles cara a estos hombres, puesto que muchos de ellos son asesinos; mercenarios contratados para proteger a los miembros de LA'Costa y sus familias. El temor se esfumó después de cumplir dieciséis, tanto que de vez en cuando los invitaba a jugar póker conmigo.
Contengo el estremecimiento que me recorre junto con el recuerdo de la última vez que aposté con un soldato.
Eso también rememora mi primera salida con Carmine luego de comprometernos. Se enfureció muchísimo y dejó a ese muchacho destrozado. Dijo que lo hizo por defenderme, porque Ulises suele pasarse de listo, pero no quita el hecho de que me asustó ese lado de mi prometido que inspiró oscuridad. Con temor, ayer percibí aquella misma por la tarde cuando le gritó a ese hombre.
Y si soy sincera...
Me da miedo esperar el día en que esa ira contenida explote contra mí. Él me quiere, me respeta. Estoy segura de que es así, pero quizá... pueda torcerse.
Yo sé muy bien que las mujeres de los mafiosos terminan sufriendo tarde o temprano.
Aunque mi padre no la trata irrespetuosamente, mi madre se escuda criticando todo lo que esté a su alcance. Yo he sido el tema principal en sus disputas desde que tengo memoria, puesto que mi papá me tiene en un pedestal y mi mamá odia eso, alegando que la ha olvidado a ella y a sus otros hijos.
Me duele verlos así, y aún a estas alturas las siguen teniendo. La última fue en la víspera de mi boda, después de que Carmine me dejara en mi viejo hogar, y de camino a mi recámara los escuché discutiendo en la suya.
Es inevitable no sentirme responsable por eso.
Estos dos años también fui testigo de cómo Nathalia lo maneja. Es una mujer bellísima y correcta como mi madre; por eso la adora más que a mí. Sin embargo, cuando mi cuñada y yo estamos solas me comenta que su suegra no la deja en paz, que siempre quiere pasar tiempo con ella. Nathalia dijo que me envidiaba porque yo no era el centro de atención de la señora de la casa.
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CARMINE ©
General Fiction« Incluso los príncipes de la mafia tienen cadenas que los atan » Carmine Acosta es devoto a la familia. Por encima de cualquier indicio de rencor hacia ella está su devoción. Carmine deberá casarse para mantener el apellido de la familia en alto, y...