ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 5

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A Aedyn le gustaba la habitación que le habían dado en el palacio. Era relativamente pequeña, pero acogedora, con una chimenea de piedra, un par de cómodos sillones rojos y varias estanterías repletas de libros. No era su habitación, claro. Pero, a pesar de la incomodidad que eso conllevaba, era infinitamente más agradable que la tienda en la que se había acostumbrado a dormir aquellos últimos meses. Sin embargo, no podía evitar extrañarla. Tal vez no la tienda en sí, pero su hogar.

Ya habían pasado ocho meses desde la caída de Lux Aurea. A Aedyn aún le costaba creerlo, todo parecía tan reciente. Aún recordaba vívidamente lo rápido que había sido todo. Cómo en un segundo estaba estudiando con su madre, charlando tranquilamente y al siguiente dejando la ciudad que había sido su hogar durante más de catorce años.

El lugar en el que había crecido.

El lugar en el que estaba la residencia de su infancia, la plaza en la que siempre solía jugar con sus amigos de niño, la casa de Kenna, el patio en el que siempre solían entrenar...

El único lugar en el que alguna vez se había sentido a salvo ahora estaba reducido a ruinas.

Las imágenes de aquel día siempre se quedarían grabadas en su memoria: El nexo del sol corrompido, las personas transformándose en monstruos, los cuerpos en las calles... Recordaba quedarse atrás para ayudar de cualquier manera en la que pudiera, sin importar lo mucho que Kenna le hubiera rogado que se fuera. Había estado convencido de que moriría allí. Probablemente, lo habría hecho si Kin no hubiese sacado de la ciudad. Recordaba la manera en la que su madre lo abrazó con fuerza cuando se reencontraron unos días después, finalmente a salvo. Él las extrañaba. A ella, a Kin y a Lux Aurea.

Aedyn suspiró y se giró hacia la vela encendida, reposando en el escritorio y la carta con un pequeño paquete a su lado. Había pensado traérsela al maestro cuervo por la mañana, pero ya que era obvio que no podría descansar mucho aquella noche, decidió que podría probar suerte y ver si este seguía en la mensajería. Aedyn se levantó de la cama, apartando un mechón rubio de su rostro y atando su cabello en su habitual coleta suelta antes de vestirse con lo primero que encontró y salir de la habitación sujetando la carta.

Tal y como había esperado, el pasillo estaba prácticamente vacío a excepción de los soldados que se encontraban montando guardia en silencio. A quienes Aedyn les dedicó un leve asentimiento a modo de saludo antes de continuar con su recorrido a través del castillo, intentando hacer el mínimo ruido posible. Por lo menos hasta que una voz proveniente de detrás suyo lo hizo detenerse.

—¿Aedyn? ¿Qué estás haciendo aquí?

El elfo se dio la vuelta solo para encontrarse con el ya familiar rostro de Callum asomándose por la puerta entreabierta de su habitación. Tenía profundos círculos oscuros debajo de sus bonitos ojos verdes, el cabello café revuelto, y, en cuanto el humano salió de su cuarto, Aedyn pudo ver que estaba vestido con un cómodo pijama naranja.

—Estaba yendo a la mensajería, lo siento si te he despertado.— Se disculpó, pero el príncipe negó con la cabeza.

—No te preocupes, ya estaba despierto.—Respondió, sonriendo un poco a pesar de parecer exhausto. —¿Pero por qué estás yendo a entregar una carta tan tarde?

—¿Y qué hay de ti? ¿Qué es lo que haces despierto a estas horas? — Aedyn contestó, levantando ligeramente una ceja y cruzándose de brazos.

—Touche.— La sonrisa del chico más joven se amplió un poco. —Aunque lo preguntaba en serio. ¿Por qué estás despierto?

Aedyn dudó durante unos segundos que dedicó a observar al príncipe con atención. Repentinamente sintiéndose muy vulnerable. No estaba seguro de cómo responder, una pequeña parte de él quería explicarle a Callum porque era incapaz de dormir, contarle sobre Lux Aurea, sus padres o cualquiera de las otras cosas que parecían perseguirlo cada vez que cerraba los ojos.

𝐆𝐨𝐥𝐝𝐞𝐧 𝐒𝐤𝐢𝐞𝐬 ∣ ᴄᴀʟʟᴜᴍ x ᴍᴀʟᴇ ᴏᴄDonde viven las historias. Descúbrelo ahora